Comunidade Caná

Comunidad Católica de Alianza integrada por familias en el seno de la Renovación Carismática


“El Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1, 16)

  Solo una Iglesia evangelizada puede convertirse en una Iglesia evangelizadora; solo una Iglesia que vuelve una y otra vez al Cenáculo para recibir la fuerza del Espíritu Santo en un nuevo Pentecostés, puede convertirse en una Iglesia que evangeliza con gran poder, como la Iglesia primitiva. Sin nuevos evangelizadores no puede haber nueva evangelización; sin nuevo Pentecostés ni Espíritu Santo no hay nuevos evangelizadores ni nueva evangelización.

"Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones..." (Jl 2, 28-29).

  La Efusión del Espíritu desencadena un proceso de discipulado que se plasma en una vida con propósito; en sucesivas elecciones sobre el estado de vida, el trabajo, la economía, las relaciones… una vida entera entregada a cumplir los sueños de Dios para mí. Vivir, desde la debilidad, en el Señorío de Cristo. Porque el Encuentro con Cristo -si es auténtico- genera discípulos misioneros en comunidad.

  Un/a discípulo/a misionero/a es una persona que ha tenido un encuentro personal con Jesús, ha tomado la decisión de seguir -con todas las CONSECUENCIAS- el Evangelio de Jesús, ha caminado con otros discípulos y ha sido enviado por Jesús para compartir la Buena Noticia. Es un proceso selectivo, destinado -únicamente- a quienes han decidido seguir a Jesús y dar la vida por Él.

«Si permanecéis en mi Palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32).

  Vivir en el Espíritu es, día a día, década a década, agrandar el SÍ... y reforzar muchos noes. El Señorío de Cristo implica que Él ordene mis amores, derribe mis ídolos y me abra a nuevos horizontes. "Aspiremos no a una libertad fácil y artificial, sino una libertad perfecta y verdadera. Y concedamos a Dios su libertad de actuar, una libertad que necesariamente trasciende nuestras nociones limitadas" (Mons. Erik Varden).

  En el fondo, solo hay 2 modos de vivir: VIVIR para solucionar problemas (Señor, ¡haz mi voluntad!) o VIVIR de un horizonte, enfocado en la Voluntad del Padre, en su propósito para mi vida.



El Encuentro con Cristo genera discípulos misioneros en comunidad

Porque la IGLESIA existe para EVANGELIZAR... "Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple administración». Constituyámonos en todas las regiones de la Tierra en un «estado permanente de misión»" (Evangelii Gaudium 25).

  La Renovación Carismática somos un pueblo escogido donde Dios se complace en derramar su Vida, su Verdad. Somos aquel reino en el cual Dios derramó muchos, muchísimos talentos. A unos les dio 10, a otros 5, a otros 2 y a otros 1... Y les dijo: "Hacedlos fructificar". Vuelve al cabo de mucho tiempo, y quiere recoger el fruto; al ver el panorama, al escuchar las respuestas de los siervos, dice: "Habéis trabajado para vuestras casas, vuestros edificios, vuestras fincas particulares; pero no habéis hecho crecer mi reino. Los talentos no son vuestros. Lo que habéis construido no sirve para nada salvo para ser pasto de las llamas".

  Hagamos subir a la Iglesia al aposento alto para recibir la fuerza del Espíritu Santo una y otra vez. A menudo convertimos el viento huracanado de Pentecostés en aire acondicionado, al tratar de domesticar la fuerza del Espíritu. El viento huracanado siempre nos sorprende, rompiendo esquemas y seguridades propias; nos mueve a ser fieles al Señor y no buscar tanto agradar a los hombres, descubriendo una variedad de carismas que no debemos despreciar aunque nos incomoden o comprometan.

  La fuerza impetuosa del Espíritu siempre sopla como quiere y no la podemos dominar; es el poder del Espíritu quien nos hace vivir en la libertad de los hijos de Dios. Si la primera evangelización en Jerusalén fue fruto de la irrupción impetuosa del Espíritu Santo en aquel primer Pentecostés cristiano, la nueva evangelización hoy no puede ser sino consecuencia de un nuevo Pentecostés que nos haga salir de nosotros mismos para ir a las periferias del mundo y anunciar la Buena Noticia a toda la creación.


  La primitiva Iglesia se movía en el Espíritu, como fuego en un cañaveral, fuera de las murallas. A la intemperie. En lucha y contemplación, lejos de las seguridades y el poder mundano. Fijos los ojos en Aquél que se hizo un tatuaje con mi nombre en Sus manos... y en Sus pies... y en Su costado. Aquél que, fuera de las murallas, murió en la Cruz por mí, entregando toda su vida por amor.

  Su presencia está ahí fuera, los dones están operativos ahí fuera, el corazón de Dios está ahí fuera... Escucha lo que te dice a ti (y a mí) el Papa Francisco en «Gaudete et exsultate» nº 15: "Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida". No nos aferremos a lo que tenemos; ¡lancémonos a vivir la NUEVA VIDA que Jesús nos ha ganado, lancémonos a vivir en el Espíritu!

   El Señor quiere cambiar el mundo en el Poder de su Espíritu Santo: un tsunami del Espíritu, algo inesperado, algo sorprendente, un renovado súperPentecostés. Y, cuando el Señor se mueve de esa manera, nosotros -los que antes éramos no/pueblo y ahora somos Pueblo de Dios- que hemos sido llamados por Él, hemos de estar dispuestos y en vela.

  La mejor Iglesia es la que arde... en el Fuego del Espíritu Santo

Javier y Montse - Comunidade Caná


   
       Comunidade Caná está formada por familias de distintos lugares de España. Contamos también con familias y personas que colaboran con la Comunidad en diferentes servicios y misiones.
        Somos una comunidad de familias. El objetivo no es vivir bajo el mismo techo, sino crecer en familia: que cada familia se sienta fortalecida en su vida de fe, apoyada en las decisiones humanas que debe tomar e impulsada a caminar como familia cristiana en medio del mundo. Cada familia vive de su trabajo diario y está enraizada en un lugar determinado, integrándose en la vida parroquial y construyendo una vida humana y espiritual estable y equilibrada; tiene, por otro lado, plena autonomía para tomar las decisiones que exige su vida familiar, como comunidad que es -“Iglesia doméstica”- dentro de una comunidad mayor.

 
         Nuestro gran reto no consiste en resolver los incontables problemas que surgen en las familias, sino en reconocer el Don que Dios regala y hacerlo fructificar. Es un reto de dimensión divina pero que está a nuestro alcance, porque Dios mismo lo acompaña y lo hace madurar.
      La ideología de la postmodernidad niega la verdad en lo concreto de la vida de las personas: el cuerpo pierde su lenguaje y el tiempo queda fragmentado en instantes; el resultado son personas desintegradas, debilitadas y manipulables. 


     Caná acoge la singularidad de cada familia, creando unas relaciones fraternas, aprendiendo unos de otros en la oración y el compartir humano, espiritual y material, en la línea de las primeras comunidades cristianas. Cada familia de la Comunidad camina como Iglesia doméstica. Nuestro modelo es la Familia de Nazaret. 
      Cada familia se compromete a rezar por las otras familias de la Comunidad y a mantener una comunicación cercana, a visitarnos unos a otros y compartir de cerca nuestras dificultades y alegrías, luces y sombras... Es motivo constante de nuestro compartir, en primer lugar, nuestra propia vida -para crecer espiritualmente y dar mayor gloria a Dios- y, en segundo lugar, nuestra acción pastoral y evangelizadora. 


       Es preciso volver a las fuentes: una Iglesia que profundiza en su naturaleza pentecostal será una Iglesia esencialmente misionera y en salida permanente. Hagamos subir a la Iglesia al aposento alto para recibir la fuerza del Espíritu Santo una y otra vez. A menudo convertimos el viento huracanado de Pentecostés en aire acondicionado, al tratar de domesticar la fuerza del Espíritu. El viento huracanado siempre nos sorprende, rompiendo esquemas y seguridades propias; nos mueve a ser fieles al Señor y no buscar tanto agradar a los hombres, descubriendo una variedad de carismas que no debemos despreciar aunque nos incomoden o comprometan. La fuerza impetuosa del Espíritu siempre sopla como quiere y no la podemos dominar; es el poder del Espíritu quien nos hace vivir en la libertad de los hijos de Dios. Si la primera evangelización en Jerusalén fue fruto de la irrupción impetuosa del Espíritu Santo en aquel primer Pentecostés cristiano, la nueva evangelización hoy no puede ser sino consecuencia de un nuevo Pentecostés que nos haga salir de nosotros mismos para ir a las periferias del mundo y anunciar la Buena Noticia a toda la creación.
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     Tras recibir el Espíritu, “los apóstoles daban testimonio con gran poder” (Hch 4, 33). La Iglesia primitiva había sido evangelizada con la fuerza del Espíritu Santo; es decir, fue en aquel Pentecostés cuando el mismo grupo de cobardes que había estado escondido por miedo a los judíos, recibió la fuerza y el poder de lo alto que les transformó en valientes misioneros y los hizo llegar hasta los confines de la tierra para predicar a Jesucristo y anunciar el Reino de Dios. Lo que sucedió en aquella escena nos lo relata el segundo capítulo del libro de los Hechos: Pedro ha recibido la fuerza del Espíritu Santo que le empuja a hacer aquella primera proclamación pública a todos los presentes en la plaza de Jerusalén. Resulta curioso comprobar cómo una sola predicación dio un fruto de tres mil conversiones (cf. Hch 2, 41), mientras que hoy ni siquiera tres mil predicaciones consiguen apenas una sola conversión…¿Dónde está la diferencia? Los apóstoles daban testimonio con gran poder, con la fuerza del Espíritu Santo; para evangelizar con gran poder hay que ser evangelizado con gran poder. Por eso es imprescindible hablar hoy de un nuevo Pentecostés que haga posible una actual y nueva evangelización. Si hoy queremos vivir la experiencia evangelizadora de la primitiva Iglesia, antes necesitamos haber sido evangelizados con la fuerza del Espíritu. “El Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1, 16). Solo una Iglesia evangelizada puede convertirse en una Iglesia evangelizadora; solo una Iglesia que vuelve una y otra vez al Cenáculo para recibir la fuerza del Espíritu Santo en un nuevo Pentecostés, puede convertirse en una Iglesia que evangeliza con gran poder, como la Iglesia primitiva. Sin nuevos evangelizadores no puede haber nueva evangelización; sin nuevo Pentecostés ni Espíritu Santo no hay nuevos evangelizadores ni nueva evangelización.

      La Efusión del Espíritu genera un proceso de discipulado que se plasma en una vida con propósito; en sucesivas elecciones sobre el estado de vida, el trabajo, la economía, las relaciones… una vida entera entregada a cumplir los sueños de Dios para mí. Vivir, desde la debilidad, en el Señorío de Cristo.

    “El Pueblo de Dios, por la constante acción del Espíritu en él, se evangeliza continuamente a sí mismo” (Evangelii gaudium, 139). “En cualquier forma de evangelización, la iniciativa es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras” (Evangelii gaudium, 12). El capítulo quinto de esta Exhortación Apostólica del papa Francisco está dedicado íntegramente a la primacía que el Espíritu Santo tiene hoy para nosotros. Se titula “Evangelizadores con Espíritu”. Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios […]. Ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu […]. Él es el alma de la Iglesia evangelizadora […]. Invoco una vez más al Espíritu Santo; le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos […]. Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él «viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rom 8, 26) […]. No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos! (Evangelii gaudium, 259; 261; 280). 

Javier de Montse - Comunidade Caná

  
       El noviazgo es el tiempo en el cual los dos están llamados a realizar un trabajo compartido sobre el amor; un trabajo en profundidad. Se descubren poco a poco el uno al otro.  El hombre ‘aprende’ acerca de esta mujer, su novia; y la mujer ‘aprende’ acerca de este hombre, su novio.      
     Desde esta perspectiva -apuntada por el Papa Francisco- hemos preparado 15 temas para ayudaros a verificar vuestro amor. Nuestra propuesta es acompañaros en este camino que tiene meta. La clave ha de ser el diálogo que estos temas, como etapas de un camino, susciten entre vosotros, los novios.

El ITINERARIO se desarrolla en ENCUENTROS MENSUALES
Estamos a vuestra disposición...
986.313.795   canacomunidade@gmail.com    636.086.986 (WhatsApp)
   
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"Aprender a amar a alguien no es algo que se improvisa 
ni puede ser el objetivo de un breve curso 
previo a la celebración del matrimonio
(Amoris laetitia 208)


Rialdarca, itinerario para NOVIOS 

Un sendero de poco más de un kilómetro, para personas de cualquier edad





     “Vosotros, Renovación Carismática, habéis recibido un gran don del Señor. Habéis nacido de una voluntad del Espíritu Santo como una corriente de gracia en la Iglesia y para la Iglesia.” 
(Papa Francisco en el Olímpico de Roma. 1-6-14)

Nos enamoramos en la primavera del 75. Fue en una pascua juvenil, en un suburbio de A Coruña. Al poco, fuimos a Taizè y, a la vuelta, llegó a nosotros la Renovación Carismática, que daba sus primeros pasos en España.
Nos encontramos con Jesús el Señor: un Dios vivo, cotidiano, invencible, lleno de Amor… ¡El Amor de nuestra vida en común! Y, desde la fragilidad y el atrevimiento, comenzamos esta maravillosa aventura de vivir en el Poder de su Espíritu: elegidos, bendecidos y enviados por Él. Una llamada radical -de toda la vida y para toda la vida- a ser discípulos. Y misioneros. En comunidad.
Nuestro primer contacto fue a través de los cantos de dos monjas en la catequesis de niños. Después  formamos parte del primer Grupo de Oración que empezó a reunirse en A Coruña. Experimentamos la autenticidad de la oración y la presencia del Resucitado en medio de personas tan distintas. En el Grupo había curas, monjas, consagradas, viudas, matrimonios, jóvenes…Verdaderamente, Dios actuaba y cada semana acontecía un milagro de oración, de fraternidad y de misión.
Permanecimos 7 años en “nuestro” Grupo Shalom; después hemos ido llevando la espiritualidad de la Renovación por los distintos destinos que hemos tenido como maestros, desde la Costa da Morte hasta la Ría de Vigo. Hoy pertenecemos al Grupo “Familia de Nazaret” de Moaña (Pontevedra). Dios nos ha regalado un don que no está de moda: permanecer en la llamada -irrevocable- que Él nos hizo.
       Ésta es nuestra 1ª invitación: ¡Perseverad! Como los primeros cristianos, de los que se dice: “Perseveraban…” (Hech 1, 14). No siempre sentiréis al Señor, no siempre tendréis experiencias estupendas… pero Él, que os ha llamado, es fiel y permanece a vuestro lado.


El Grupo significó nuestra confirmación en la fe. Aprendimos a orar, empezamos a conocer la Palabra de Dios y a sentir deseos de formarnos. Enseguida nos eligieron servidores y, muy pronto, miembros de la Coordinadora Regional; muchas responsabilidades… que nos venían muy grandes. Por ejemplo, la palabra “discernir”. Nos preguntábamos: ¿Quién nos ayudará a discernir la voluntad de Dios? ¿Cómo vamos a saber nosotros lo que el Señor quiere para el grupo? Desde el principio había en nosotros una llamada a la Comunidad. El Grupo de Oración fue nuestra primera comunidad. Después formamos parte del Grupo de Profundización -núcleo más comprometido dentro del grupo grande-. Y, más tarde, de una Comunidad Carismática que empezó a caminar en Galicia por el año 85. 

Paso a paso -siempre más adelante-, aprendemos que este “caminar en el Espíritu” es siempre caminar con hermanos y ello trae consigo cruz y gloria. Y vivimos la manifestación de dones y carismas: la intercesión, la alabanza, la música, el testimonio, la predicación, la profecía… todo por Él y para Él.
Cuarenta y dos años después, “os anunciamos que la promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús” (Hech 13, 32-33). Por su gracia, vivimos la victoria de la Cruz: el gozo de una vida lograda, entregada día a día por su misericordia y su fidelidad: su vida abundante que “cubre una multitud de pecados” (1Pe 4, 8).

       He aquí nuestra 2ª invitación: No te quedes solo o sola. Si has conocido un Grupo de Oración, si has vivido un Retiro, si han orado por ti, si has tenido un primer encuentro con Dios… no te dejes llevar por la tentación del aislamiento, del individualismo o de la comodidad. Dios se manifiesta en la Comunidad. Busca la compañía de otros jóvenes, ve a lugares de oración, escucha el testimonio de los amigos de Dios. Los hermanos despiertan los sueños de la fe y nos ayudan a crecer.


Medio siglo cumple esta corriente de gracia suscitada por el Espíritu Santo tras el Vaticano II en las diferentes confesiones cristianas, cristalizada en múltiples expresiones -como multiforme es el Espíritu-: grupos de oración, comunidades de alianza y de vida, escuelas de evangelización, asociaciones caritativas y de diversa índole... No hablamos de un movimiento, sino, más bien, de “la Iglesia en movimiento”. Por tanto, no se trata de si yo simpatizo, participo o “soy de la Reno”. La verdadera cuestión es: ¿Se mueve mi vida por AMOR (nombre propio de la tercera persona de la Trinidad)? ¿Sigo escuchando en mi corazón la voz del Espíritu que me llama a la conversión? No basta solo con cantar; ¡es necesario morir!       
El Papa Francisco nos ha pedido que no perdamos la libertad del Espíritu, que no nos apoyemos demasiado en la organización, que no seamos controladores de la Gracia… Y que compartamos con toda la Iglesia el don que hemos recibido: “Espero de vosotros una evangelización con la Palabra de Dios que anuncia que Jesús está vivo y ama a todos los hombres”.

La Efusión del Espíritu genera un proceso de discipulado que se plasma en una vida con propósito; en sucesivas elecciones sobre el estado de vida, el trabajo, la economía, las relaciones… una vida entera entregada a cumplir los sueños de Dios para mí. Vivir, desde la debilidad, en el señorío de Cristo. O santos, o… ¡nada! ¡Este es el quid! Aquí se juega el futuro de la Renovación: “Una vida cristiana enteramente consagrada a Dios, sin fundador, sin regla, sin congregación. No preocuparse por el mañana, no pretender levantar organismos reconocidos que se perpetúen con sucesores… Jesús es un Fundador que no muere nunca; por eso no necesita sucesores. Hay que dejarle hacer siempre cosas nuevas, también mañana. ¡El Espíritu Santo estará en la Iglesia mañana también!” (Raniero Cantalamessa - "La sobria embriaguez del Espíritu").

       Nuestra 3ª invitación: Estás llamado a construir el futuro. Jesús dice: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Para ello te necesita a ti. Es verdad que encontrarás dificultades y pruebas. Pero… “¡Ánimo! Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).


       S. Juan Pablo II empezó a hablar de Nueva Evangelización y… estamos aún en los inicios. Igual que nosotros, tú estás llamado a meterte en este “lío”. La Renovación es un medio fantástico para decir al mundo, en nombre del Señor: “Mirad que voy a hacer algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43, 19).
        A los cincuenta años, el reto sigue siendo: dejarnos guiar por el Espíritu, ser dóciles a su acción. Y el precio: morir a nosotros mismos, no acomodar ni domesticar al Espíritu. Porque el Espíritu Santo es viento recio, fuego abrasador; nunca aire acondicionado (Hechos de los Apóstoles, cap. 29 y ss.).

     No hay revelación conocible fuera de la vida y el testimonio de quienes la transmiten. Lo que testimonia quién es Dios y el sentido de la revelación es la vida de los cristianos. Porque el cristiano no se define meramente por lo que cree sino por cómo vive aquello que cree. Esto es lo que decía Kierkegaard, un cristiano danés del siglo XIX: “La tontería en la que vivimos -como si fuera ser cristiano- no es en absoluto lo que Cristo y el Nuevo Testamento entienden por ser cristiano. Creer es aventurarse tan decisivamente como sea posible para un hombre, rompiendo con todo lo que él naturalmente ama, para salvar su vida, rompiendo con aquello en lo que naturalmente tiene su vida.”


La mejor Iglesia es la que arde en el Fuego del Espíritu Santo

    "Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es 'el fruto del Espíritu Santo en tu vida' (cf. Ga 5,22-23)." («Gaudete et exsultate» nº 15)
     
    Actuamos como si pudiésemos controlar a Dios, contenerlo en una caja; pero la Gloria sale de los confines físicos del templo y nunca vuelve... hasta que el Siervo de YhWh entra en persona. ¿Y quién puede mantenerse en pie cuando aparece?  Su presencia está ahí fuera, los dones están operativos ahí fuera, el corazón de Dios está ahí fuera... No se trata de gestionar la gracia, sino de no estorbarla. Se trata de hacer discípulos de Cristo que construyen la Iglesia; no de mantener edificios, desarrollar programas y sostener el culto.    


         


Jesús no escribió nada ni mandó a los suyos a escribir, sino a predicar y anunciar el Reino de Dios. En el Nuevo Testamento, después de los cuatro Evangelios, está el Libro de los Hechos (no de las Palabras o los Dichos) de los Apóstoles. Este libro de la Biblia coloca el acento en los hechos y no en las palabras, y pone el fundamento principal de la Iglesia en el mandato de continuar la misión de Jesucristo a través de su Espíritu. Si nos acercamos a los primeros capítulos de los Hechos, descubrimos que, después de la Ascensión del Señor al Cielo, se cumplió aquello que Él ya había anunciado y prometido a los discípulos: la venida del Espíritu Santo, el primer Pentecostés cristiano. ¿Y qué sucedió como consecuencia de esto? Dos cosas muy importantes y estrechamente unidas entre sí: surge la Iglesia en todo su esplendor, la primera comunidad cristiana, y contemplamos la primera evangelización de esa Iglesia que llega hasta los confines de la Tierra. De esto trata todo el libro de los Hechos de los Apóstoles: Espíritu Santo, Iglesia y evangelización.

Hemos de familiarizarnos más con este libro de la Biblia, que resulta apasionante, nos inspira, nos levanta y nos pone en pie, nos interpela y debe provocar hoy en nosotros una respuesta, porque tenemos la misma identidad y la misma llamada que aquella primera comunidad de discípulos misioneros. Y lo mejor de todo: tenemos al mismo Espíritu Santo que hace posible lo que ahí leemos.

El sentido de Pentecostés, dice Raniero Cantalamessa, se contiene en una frase de los Hechos de los Apóstoles: «Quedaron todos llenos del Espíritu Santo». ¿Qué quiere decir que «quedaron llenos del Espíritu Santo» y qué experimentaron en aquel momento los apóstoles? Tuvieron una experiencia arrolladora del amor de Dios; se sintieron inundados de amor, como por un océano. Lo asegura San Pablo cuando dice que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). Todos los que hemos tenido una experiencia fuerte del Espíritu Santo confirmamos esto. El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es hacer que se sienta amada por Dios por un amor infinito y tierno.

Tras recibir el Espíritu, “los apóstoles daban testimonio con gran poder” (Hch 4, 33). La Iglesia primitiva había sido evangelizada con la fuerza del Espíritu Santo; es decir, fue en aquel Pentecostés cuando el mismo grupo de cobardes que había estado escondido por miedo a los judíos, recibió la fuerza y el poder de lo alto que les transformó en valientes misioneros y los hizo llegar hasta los confines de la tierra para predicar a Jesucristo y anunciar el Reino de Dios. Lo que sucedió en aquella escena nos lo relata el segundo capítulo del libro de los Hechos: Pedro ha recibido la fuerza del Espíritu Santo que le empuja a hacer aquella primera proclamación pública a todos los presentes en la plaza de Jerusalén. Resulta curioso comprobar cómo una sola predicación dio un fruto de tres mil conversiones (cf. Hch 2, 41), mientras que hoy ni siquiera tres mil predicaciones consiguen apenas una sola conversión…¿Dónde está la diferencia? Los apóstoles daban testimonio con gran poder, con la fuerza del Espíritu Santo; para evangelizar con gran poder hay que ser evangelizado con gran poder. Por eso es imprescindible hablar hoy de un nuevo Pentecostés que haga posible una actual y nueva evangelización. Si hoy queremos vivir la experiencia evangelizadora de la primitiva Iglesia, antes necesitamos haber sido evangelizados con la fuerza del Espíritu. “El Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1,16). Solo una Iglesia evangelizada puede convertirse en una Iglesia evangelizadora; solo una Iglesia que vuelve una y otra vez al Cenáculo para recibir la fuerza del Espíritu Santo en un nuevo Pentecostés, puede convertirse en una Iglesia que evangeliza con gran poder, como la Iglesia primitiva. Sin nuevos evangelizadores no puede haber nueva evangelización; sin nuevo Pentecostés ni Espíritu Santo no hay nuevos evangelizadores ni nueva evangelización.

Dice el Cardenal Cantalamessa que "en Babel todos hablan la misma lengua y, en cierto momento, nadie entiende ya al otro, nace la confusión de las lenguas; en Pentecostés, cada uno habla una lengua distinta y todos se entienden. Los primeros se dicen entre sí: «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no desperdigarnos por toda la faz de la tierra» (Gn 11, 4). Están animados por una voluntad de poder, quieren «hacerse famosos», buscan su gloria. En Pentecostés, en cambio, los apóstoles proclaman «las grandes obras de Dios». No piensan en hacerse un nombre, sino en hacérselo a Dios; no buscan su afirmación personal, sino la de Dios. Por eso todos los comprenden. Dios ha vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido por la voluntad de servicio, la ley del egoísmo por la del amor."

Cada uno de los bautizados necesitamos un Pentecostés personal que nos haga experimentar el poder del Espíritu Santo que da testimonio de Jesucristo resucitado. Cuando presentamos la moral cristiana sin Cristo, caemos en el moralismo; cuando celebramos la liturgia antes de haber experimentado lo que conmemoramos, se transforma en ritualismo; cuando presentamos la doctrina de la fe a quienes no han nacido de nuevo, del agua y del Espíritu (Jn 3, 5), se produce con facilidad lavado de cerebro o dogmatismo. Solo quien haya experimentado antes en carne propia que el kerygma, la Buena Noticia de Jesucristo, es “fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree”, puede evangelizar. Porque únicamente los testigos anuncian y convencen.

“El Pueblo de Dios, por la constante acción del Espíritu en él, se evangeliza continuamente a sí mismo” (Evangelii gaudium, 139). “En cualquier forma de evangelización, la iniciativa es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras” (Evangelii gaudium, 12).

El capítulo quinto de esta Exhortación Apostólica del papa Francisco está dedicado íntegramente a la primacía que el Espíritu Santo tiene hoy para nosotros. Se titula “Evangelizadores con Espíritu”. Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios […]. Ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu […]. Él es el alma de la Iglesia evangelizadora […]. Invoco una vez más al Espíritu Santo; le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos […]. Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él «viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rom 8, 26) […]. No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos! (Evangelii gaudium, 259; 261; 280). 

Es preciso volver a las fuentes y crear en nuestras realidades eclesiales la cultura de Pentecostés, porque una Iglesia que profundiza en su naturaleza pentecostal será una Iglesia esencialmente misionera y en salida permanente. Hagamos subir a la Iglesia al aposento alto para recibir la fuerza del Espíritu Santo una y otra vez. A menudo convertimos el viento huracanado de Pentecostés en aire acondicionado, al tratar de domesticar la fuerza del Espíritu. El viento huracanado siempre nos sorprende, rompiendo esquemas y seguridades propias; nos mueve a ser fieles al Señor y no buscar tanto agradar a los hombres, descubriendo una variedad de carismas que no debemos despreciar aunque nos incomoden o comprometan. La fuerza impetuosa del Espíritu siempre sopla como quiere y no la podemos dominar; es el poder del Espíritu quien nos hace vivir en la libertad de los hijos de Dios. Si la primera evangelización en Jerusalén fue fruto de la irrupción impetuosa del Espíritu Santo en aquel primer Pentecostés cristiano, la nueva evangelización hoy no puede ser sino consecuencia de un nuevo Pentecostés que nos haga salir de nosotros mismos para ir a las periferias del mundo y anunciar la Buena Noticia a toda la creación.

Javier de Montse - Comunidade Caná 


Desde hace dos años, cristianos de diferentes denominaciones, comunidades y movimientos, nos reunimos para alabar, proclamar la Palabra e interceder por nuestra sociedad, juntos. Y aprovechamos -¡cómo no!- para hacer fiesta, compartir, charlar y conocernos cada vez más.

 Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Canto nuevo, vida nueva” (S. Agustín)


Este libro, en torno a la música y el canto desde la experiencia del Espírituahonda en cuestiones clave:

  • ¿Cómo descubrir el verdadero sentido que Dios quiere dar a la música en nuestra vida y en nuestra fe, tanto en el plano personal como en el comunitario?
  • ¿Qué nos dice el Señor a través de su Palabra y de nuestra Madre la Iglesia sobre todo ello?
  • ¿Qué papel tiene la música en la evangelización y la oración?
  • ¿Qué música y de qué modo?
-Si te interesa el libro "en papel", mándanos un whatsapp al 636086986-


>>> Más sobre la música y el canto desde la experiencia del Espíritu: