Comunidade Caná

Comunidad Católica de Alianza integrada por familias en el seno de la Renovación Carismática

 'El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga' (Mt 16, 24)



     No se trata de una cruz ornamental, o ideológica, sino es la cruz de la vida, es la cruz del propio deber, la cruz del sacrificarse por los demás con amor, por los padres, por los hijos, por la familia, por los amigos, también por los enemigos; la cruz de la disponibilidad a ser solidario con los pobres, a comprometerse por la justicia y la paz. 

    En el asumir esta actitud, estas cruces, siempre se pierde algo. No debemos olvidar jamás que ‘el que pierda su vida -por Cristo- la salvará’. Es perder... para ganar. Y recordemos a todos nuestros hermanos que todavía hoy ponen en práctica estas palabras de Jesús, ofreciendo su tiempo, su trabajo, sus fatigas e incluso su propia vida para no negar su fe a Cristo.

Comunidade Caná

    Jesús, mediante su Santo Espíritu, nos dará la fuerza de ir adelante en el camino de la fe y del testimonio: hacer aquello en lo cual creemos; no decir una cosa y hacer otra. Y en este camino siempre está cerca de nosotros y nos precede la Virgen: dejémonos tomar de la mano por ella, cuando atravesamos los momentos más oscuros y difíciles.

     El Evangelio nos llama a confrontarnos, por así decir, ‘cara a cara’ con Jesús.

Papa Francisco, 19-6-2016


      Hagamos que la misericordia, el ayuno y la oración sean los tres juntos nuestro patrocinio ante Dios, los tres juntos nuestra defensa, los tres juntos nuestra oración bajo tres formas distintas. 
      Reconquistemos con nuestro ayuno lo que perdimos por no saberlo apreciar; inmolemos con el ayuno nuestras almas, ya que éste es el mejor sacrificio que podemos ofrecer a Dios, como atestigua el salmo: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.
      Hombre, ofrece a Dios tu alma, ofrécele el sacrificio del ayuno, para que sea una ofrenda pura, un sacrificio santo, una víctima viva que, sin salirse de ti mismo, sea ofrecida a Dios. No tiene excusa el que niega esto a Dios, ya que está en manos de cualquiera el ofrecerse a sí mismo. Mas, para que esto sea acepto a Dios, al ayuno debe acompañar la misericordia; el ayuno no da fruto si no es regado por la misericordia, se seca sin este riego: lo que es la lluvia para la tierra, esto es la misericordia para el ayuno. Por más que cultive su corazón, limpie su carne, arranque sus malas costumbres, siembre las virtudes, si no abre las corrientes de la misericordia, ningún fruto recogerá el que ayuna.
    Tú que ayunas, sabe que tu campo, si está en ayunas de misericordia, ayuna él también; en cambio, la liberalidad de tu misericordia redunda en abundancia para tus graneros. Mira, por tanto, que no salgas perdiendo, por querer guardar para ti, antes procura recolectar a largo plazo; al dar al pobre das a ti mismo, y lo que no dejas para los demás no lo disfrutarás tú luego.
De los Sermones de S. Pedro Crisólogo, obispo

"Ayunar es la privación del bien para tomar una decisión por un bien mayor"

 

Ya que la Iglesia en este tiempo de Cuaresma nos habla mucho de ayuno, he querido meditar sobre esta palabra que nos debe llevar a una acción concreta.
 
La primera que nos viene a la cabeza es la de no comer o abstenernos de comer carne los viernes. Eso está bien; un sacerdote me explicaba hace tiempo el signo tan bonito que es el que todos los cristianos, un mismo día, se pongan de acuerdo en no comer carne, con el esfuerzo tan grande que ello puede suponer para muchos. Ya de entrada es un signo de comunión.
 
Pero yo -que soy un tragaldabas y que me encanta el pescado- digo: tiene que haber algo más... ¿Cuál es el ayuno favorable, cuál es su sentido?
 
Decía un diácono ortodoxo que “ayunar es la privación del bien para tomar una decisión por un bien mayor”. Aquí ya tendríamos una motivación porque el bien recibido es mayor que el bien dejado.
 
Últimamente estamos ayunando de muchas cosas por obligación. Ayunamos de salir a ver a nuestros amigos, de una comida familiar, de disfrutar unas vacaciones, incluso de nuestros grupos de oración, de nuestras reuniones presenciales de Comunidad. Este ayuno nos ha llevado a cambiar nuestra manera de relacionarnos, no a dejar nuestras relaciones. Así hoy yo creo que sabemos de los demás más que antes porque hoy los tenemos a golpe de click. Antes había que arreglarse, organizar a la familia, desplazarse… ¿Qué hemos hecho?, pues sencillamente, vencer nuestra inclinación natural a salir, a quedar, a cenar algo por ahí e imponernos una disciplina por un bien mayor, que es no contagiarnos ni contagiar a nuestra familia.
Los cristianos estrictamente cumplidores se conforman con dar limosna y aportar comida a los bancos de alimentos. Pero tú y yo sabemos que no solo eso nos pide el Señor. 

 

El ayuno que quiere Dios

Por eso, el ayuno nos ayuda a dominar nuestras inclinaciones, ser dueños de nosotros mismos. Decía San Pablo a los romanos que no entendía su comportamiento porque no hacía lo que quería, sino que hacía lo que aborrecía. Y después se lo explicaba diciendo que no era él el que lo hacía sino el pecado que habitaba en él. El ayuno va a dar equilibrio a nuestra vida espiritual, nos va a ayudar a poner las cosas en orden porque es muy fácil dejarnos llevar por nuestras “pasiones”.
 
Extraigo del profeta Isaías (58: 7-11) cuál es ese ayuno que quiere nuestro Dios:
- Aleja de ti la opresión
Quizá no me he dado cuenta, pero mis acciones, mi actitud o mis palabras hacen que alguien a mi lado se sienta oprimido. Porque impongo ciertas cosas | porque ya sabes que esto no me gusta | porque te he dicho muchas veces que | a lo mejor no digo nada, pero con la cara que pongo los demás ya se dan cuenta | a lo mejor te humillo con mi actitud | a lo mejor no te doy la paz que necesitas, sino que echo más leña al fuego. Esto son formas de oprimir:
- Aleja de ti el dedo acusador
El dedo acusador es una forma muy manifiesta, pero hay otras maneras de acusar mucho más sutiles: llegamos tarde por tu culpa | te dije que pasaría esto | es que no cambias. El antídoto para esto es practicar la misericordia.
- Aleja de ti la calumnia
San Gregorio decía que la calumnia nacía de la envidia. ¿Siento envidia de alguien?, no solo de la persona en cuanto a cómo es o como se relaciona, sino también de lo que sabe, de cómo lo reconocen los demás, de cómo vive, de lo que tiene, de su situación laboral, de su salud…
- Ofrece al hambriento de lo tuyo
Los cristianos estrictamente cumplidores se conforman con dar limosna y aportar comida a los bancos de alimentos. Pero tú y yo sabemos que no solo eso nos pide el Señor. Tenemos muchísima gente alrededor, algunos a los que queremos mucho, que están hambrientos de:
  • alguien para desahogarse, para compartir situaciones o problemas o, sencillamente, alguien con el que poder hablar porque se sienten solos.
  • nuestro consejo.
  • necesitan orar con nosotros.
 
Y qué difícil es regalar nuestro tiempo a los demás. Hay un bien mayor detrás de esto y es que acercándonos a estas personas, nos acercamos al mismo Dios; recordad las bienaventuranzas, recordad “Tuve hambre y me disteis de comer”.
 
Cuando hagas esto, dice el Señor, “brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía. El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos. Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan”.
 
De todo esto, saco la conclusión de que el ayuno que me está pidiendo Dios es el ayuno de mí mismo. Recibo este mensaje de Dios: “Mírame a mí y yo te llevaré al que te necesita”. Esto es una experiencia real, cuando miras a Dios empiezas a darte cuenta de las personas que están a tu alrededor que necesitan de ti y cuando entras en este bucle, la maquinaria está en marcha: Dios te acerca a los hermanos y los hermanos te acercan a Dios. Así que podemos afirmar que el ayuno nos une más estrechamente a Dios y a los hermanos.
 

¿Cuánta sed tienes de oración?

Ayuno y oración, se nos pide en este tiempo de Cuaresma. ¿Cómo está tu oración?, no me refiero a ninguna en concreto, sino a todas. ¿Cómo está tu oración personal, tu oración conyugal, tu oración familiar y tu oración comunitaria? Todas necesarias, ninguna de ellas sustituye a otra. Te lo pregunto de otra manera: ¿cuánta sed tienes de oración personal, oración conyugal, oración familiar y oración comunitaria?
  • Si no tienes sed de la oración personal probablemente tengas que meditar cómo está tu relación con Dios.
  • Si no tienes sed de oración conyugal, probablemente tengas que meditar cómo está tu relación con tu esposa o esposo.
  • Si no tienes sed de oración familiar probablemente tengas que meditar cómo está tu relación con tus hijos.
  • Y, por último, si no tienes sed de oración comunitaria tienes que meditar cómo está tu relación con tu comunidad, con tu grupo de oración, con los amigos con los que rezas. Y si no tienes comunidad, grupo de oración o amigos con los que rezas, tienes un problema. Búscalo de inmediato.
Frecuentemente la razón que damos para justificar la falta de oración o la poca oración es la falta de tiempo. Lo cual me lleva a afirmar que precisamente lo que Dios te está pidiendo es tu tiempo, volvemos a lo de antes: ayunar de uno mismo. Curioso que Dios nos dé el don de la vida, el don del tiempo para vivirla y luego nos mendigue del tiempo que nos da. Más curiosa todavía la respuesta que nosotros le damos.
 
El ayuno va contra nuestra forma de vida, nos desinstala, implica un sacrificio, que puede ser agradable y dar frutos si lo convertimos en ofrenda a Dios. Decía San Pablo a los Corintios (4: 16-17) que “aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria.”
 
Pues eso pido a Dios ahora en este momento para todos nosotros, una inmensa carga de gloria, un inmenso gozo de sentirnos cerca del Padre, la gran alegría de ver nuestra vida renovada y entregada a aquél que lo dio todo por mí.
 
¡Bendito sea Dios! 
 
Exhortación a  Comunidade Caná
José Antonio Pérez
Esposo y padre de familia



A través del desierto Dios nos guía a la libertad

-MENSAJE de CUARESMA 2024 del Papa Francisco-

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Queridos hermanos y hermanas:

Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.

El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.

En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.

Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.

Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.

Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.

Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerseDetenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.

En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» (Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.[1]

Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.

Francisco

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[1] Cf. Ch. Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud, Madrid 1991, 21-23.

Yo creo que para crecer en la esperanza lo que hay que hacer es darla. Porque las cosas de Dios funcionan así, según me doy, Dios me devuelve el ciento por uno.

 

 Durante todos estos sábados de Cuaresma que llevamos (I-IV), el Señor tiene la misma palabra para nosotros. “Purificaos”. El Señor nos conoce, sabe que necesitamos que nos repita las cosas y por eso insiste.

En este mensaje el Papa nos hablaba de 3 actitudes que debemos tener:

  • Renovar la fe.
  • Saciar nuestra sed con el agua de la esperanza.
  • Recibir con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos.

Y como aperitivo, empezaba diciendo “La luz de la Resurrección anima los sentimientos, los deseos y las decisiones de quien desea seguir a Cristo”. Y yo también añadiría, de los que desean convertirse. Es la Luz que ilumina y nos hace permanecer peregrinando. Como estamos proclamando en uno de los himnos de laudes de esta cuaresma: “aunque arduos son nuestros caminos, sabemos bien dónde vamos”.

Renovar la fe

La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos de ella. Dice el Papa que acoger y vivir la Verdad es dejarse alcanzar por la Palabra de Dios. ¡Qué manera más bonita de expresarlo! Dejarnos alcanzar por la Palabra.

Bien pues aquí tendríamos que hacer un alto y revisarnos. Porque os recuerdo que estamos en plena peregrinación hacia la conversión. Si en nuestro día a día no dedicamos un tiempo a dejarnos alcanzar por la Palabra de Dios, la Verdad no se nos está manifestando y muy difícilmente podremos crecer en la fe. El Señor nos espera, no pasa nada, pero estás perdiendo el tiempo. Esto se resuelve fácilmente: adquiere el compromiso de dedicar un tiempo diario a la lectura de la Palabra de Dios, no digo lectura espiritual, digo Palabra de Dios.

Es que no tengo tiempo, ¡si supieras la vida que llevo! Te digo que no tienes tiempo porque lo pierdes. Los cristianos no podemos ser así, no podemos ser blandengues, no podemos poner estas cosas prioritarias y fundamentales para nuestra vida en la lista de espera.

 El Señor te llama a ti y cuando te llama no puedes decirle ¿por qué tengo que ser yo, no había otro?, ¿o eso es lo que quieres? 

Así que la primera propuesta es renovar nuestra fe alimentándonos de la Palabra de Dios.

La segunda es saciar nuestra sed con el agua de la esperanza

Seguimos caminando por esta Cuaresma movidos por la esperanza de la Resurrección. La Resurrección para un cristiano es lo que alimenta la esperanza. 

Sin embargo, especialmente en la época que estamos viviendo ahora, vamos por la vida como desesperanzados. ¿Dónde se nos nota a los cristianos que Dios sigue siendo Dios, con pandemia y sin pandemia, con trabajo y sin trabajo, con salud y sin salud? Algunos se preguntan en los momentos difíciles de la vida ¿dónde está Dios?

Es que si Dios tuviera la idea de bondad y de felicidad que tenemos nosotros, no habría entregado a su Hijo.

¿Sabes dónde está Dios? Dejándose crucificar por ti y resucitando por ti.

Si esto me lo creo, vivo la esperanza, pero no la vivo teóricamente, es el nuevo motor que me hace mover. Ahora que hablo de motor me acuerdo de los antiguos seiscientos. Era el coche de la familia en el que todos cabían, se le ponía una baca en el techo para llevar el equipaje y ¡hala! ¡Allá va! Cuando llegaba una subida, de las carreteras de entonces, el motor se calentaba mucho y el truco era poner una bolsa de trapo con arena húmeda encima del radiador para bajar la temperatura. Allí iba subiendo el seiscientos echando humo y los que lo veían decían no sube, no sube, no sube.

 Pue eso nos pasa a nosotros, no subimos, no subimos, porque no tenemos el motor de la esperanza. Este motor hace que nos movamos por la vida de otra manera y los demás lo ven y los demás quieren ese motor.

 Yo creo que para crecer en la esperanza lo que hay que hacer es darla. Porque las cosas de Dios funcionan así, según me doy, Dios me devuelve el ciento por uno. 

Otro ejercicio para lo que nos queda de Cuaresma (el primero era “adquiere el compromiso de dedicar un tiempo diario a la lectura de la Palabra de Dios”), es voy a transmitir esperanza, voy a desbordar esperanza. Qué típico de nosotros la respuesta cuando nos preguntan qué tal, decir bien, cansado, con mucho lío. ¿Dónde está la esperanza?, ¿qué esperanza estamos transmitiendo a los que nos preguntan?, con esas respuestas lo que les hago pensar es “pobre hombre, vaya vida que lleva”. ¿No sería más propio de un cristiano que nuestras respuestas animaran al que nos escucha y dijera “qué bien, qué alegría me das? Siempre que pienso en esto me acuerdo del diácono permanente de nuestra parroquia que cuando le preguntas ¿cómo estás?, su respuesta siempre es la misma: “entre muy bien y excelente, elige la que quieras”.

A lo mejor piensas, bueno este no sabe por lo que estoy pasando yo ahora. No pienses, si el Señor me ayuda, cuando me recupere de esto, todo cambiará. Te vuelvo a decir: estás perdiendo el tiempo. Dios te va a dar de beber mañana, hoy te está dando de beber. A la samaritana no la dijo, ven mañana.

La última propuesta que nos hacía el Papa era vivir el amor de Dios que nos hace hermanos

Nos pasa mucho y es que no nos dejamos querer. No nos dejamos querer por Dios y no nos dejamos querer por nuestros hermanos en la fe, incluso por nuestra propia esposa, esposo.

Esto es un proceso:

  1. Creer en el amor de Dios que es gratuito, no tengo que dar ni hacer nada a cambio. Puedes pensar bueno a ver si me centro un poco y empiezo a asumir esto. Escucha, no te tienes que centrar, Dios te ama aunque estés descentrado.
  2. Consentir ese amor y acogerlo. Abrirse a ese amor. Esto es muy importante porque una causa de no abrirnos totalmente al amor de Dios es el miedo. Es como aquél que dice que no se quiere enamorar porque le va a cambiar la vida, tiene miedo porque ya no va a controlar racionalmente su vida, sino que va a ser controlada por el amor. Pues sí, ábrete a ese amor de Dios precisamente para que empiece a controlar tu vida.
  3. Sentirme amado por Dios.

Cuando ya hemos llegado al final del proceso, todas las cosas cobran otra dimensión. No podemos ver nada fuera de Dios. Cuando uno se enamora, se despierta pensando en su amor, piensa en muchos momentos del día y se acuesta pensando en él. Estos pastelazos no son muy propios de mí, pero vivir el amor de Dios te lleva a esto.

 Lo más grandioso es que puedo sentirte a ti como hermano y te quiero de otra manera. No por lo que me divierto contigo o por lo que me ayudas sino por lo que eres. Es el amor, la caridad de la que habla el Papa Francisco que muestra atención y compasión por cada persona.

El último ejercicio que os propongo es: piensa en alguien que conozcas que pueda estar necesitando algo en este momento y voy a dar un paso más, como le gusta a Dios, incluso materialmente. Puede haber alguien que lo está pasando mal porque

  • Se siente solo > llámalo y ofrécete.
  • Tiene problemas > escúchalo, aconséjalo, ofrécete para rezar con él.
  • Falta de salud > mira cómo puedes hacer para acompañarlo y ora con él. Ayúdalo en lo que necesite.
  • Falta de recursos económicos > ¿puedes ayudarlo en algo en concreto? Ofreciéndole un donativo, comprándole algo que está necesitando él o sus hijos, pagándole un recibo de algún suministro.

El amor de Dios nos ha convertido en hermanos y nos tiene que mover a comportarnos como tales. Si no lo haces, estás perdiendo el tiempo.

¡Bendito sea Dios!


Exhortación a Comunidade Caná
en el 4º Domingo de Cuaresma
José Antonio Pérez
Esposo y Padre de familia
Madrid, marzo 2021



"¡Que la esperanza os tenga alegres!
Estad firmes en la tribulación. 
Sed asiduos en la oración." 
(Rom 12, 12-13)


CUARESMA en Comunidade Caná 
Oración común, revisión de vida, formación...
Familias en COMUNIÓN: padres e hijos sedientos de Su Misericordia.

La ALEGRÍA del PROYECTO de DIOS
“La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”

     "Queridos hermanos y hermanas, la «Cuaresma» del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3). Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). 
      No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación."
Papa Francisco


     En su mensaje para la Cuaresma 2018, el Papa Francisco anunció la realización de la Jornada “24 horas para el Señor” el viernes 9 y sábado 10 de marzo. Nuestro arzobispo D. Julián nos escribe: "En este camino cuaresmal no olvidemos la celebración de las 24 horas para el Señor, que tendrán lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo. En la adoración eucarística encontramos también el clima propicio para celebrar el Sacramento de la Reconciliación cuya experiencia nos lleva a ser misericordiosos con los demás. Ruego que en la Catedral, en las parroquias y en las comunidades religiosas se programen momentos de adoración al Santísimo, lectura de la Palabra de Dios y celebraciones penitenciales en el contexto de 24 Horas para el Señor".