Comunidade Caná desarrolla esta Catequesis el 9 y 10
de marzo de 2024 en la Parroquia de S. Martiño (Moaña)
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Benedicto XVI explica que "el derecho a casarse conlleva el derecho a celebrar un matrimonio auténtico. No se negaría por tanto un matrimonio allí donde evidentemente no existieran impedimentos para su ejercicio, es decir, se cumplieran la capacidad, la voluntad de los cónyuges y la realidad natural del matrimonio". Un serio discernimiento en este aspecto, dice, evitará que "impulsos emotivos o razones superficiales induzcan a los dos jóvenes a asumir responsabilidades que después no sabrían desempeñar". Por ello, "matrimonio y familia son instituciones que deben ser promovidas y defendidas de cualquier tipo de equívoco sobre su verdad".
En cuanto a la preparación para el sacramento del matrimonio, Benedicto XVI afirma que "el objetivo inmediato de tal preparación es el de promover la libre celebración de un verdadero matrimonio".
Gilgamesh y el corazón humano
Alrededor del año 2000 antes de Cristo, tenemos unas tablillas sumerias de arcilla que van recogiendo tradiciones como el Diluvio. La Biblia también seguirá este curso de tradiciones. El Poema de Gilgamesh es una de las mayores epopeyas que ha sido capaz de crear el espíritu humano. Gilgamesh, Rey de Uruk, es un ser mortal surgido del abrazo de una diosa con un hombre. Un ser mortal, pero lleno de deseo de inmortalidad que le lleva a una ambición sin límites para saciar esta hambre de eternidad. Su pueblo pide a los dioses que su rey pueda tener un competidor. La respuesta de los dioses es Enkidu, un ser montaraz con el que lucha hasta terminar siendo amigos de aventuras; juntos, vencen todo tipo de dificultades. Finalmente, Enkidu muere de enfermedad. Gilgamesh, abrumado por la muerte, se da cuenta de cuál es su destino y comienza a vagar por el mundo huyendo de aquello que le recordara la muerte. No podía soportar la angustia de morir: intenta correr más rápido que el curso del Sol, se sumerge hasta el fondo del mar para recoger una planta rejuvenecedora, cuanto más aguda es su desesperación más corre de aquí para allá frenéticamente, con un corazón valiente, pero triste y desesperado.
Esta epopeya es también hoy la nuestra. Nosotros, el hombre postmoderno y la familia postmoderna, hemos convertido el progreso y el cambio continuo en el único sentido de la vida. Queremos correr más rápido que el curso del Sol, como el rey de Uruk. La tecnología -de la que no podemos obviar sus ventajas- parece como un gran aliado para lanzarnos a una carrera que sacie nuestro corazón (Elon Musk es un arquetipo de esta idea). Sin embargo, nuestra dignidad y libertad están siendo más puestos en tela de juicio que nunca (Véase Manifiesto Off https://www.offm.org/).
Todo va deprisa, todo cambia, nada permanece, todo es a la carta y a la medida nuestra... Prevalecen nuestros deseos y antojos, que quieren enterrar la realidad de que no somos Dios y -por tanto- mortales. Queremos, con la técnica y el progreso, crear nuestra propia transhumanidad, crear nuestro yo a medida. Vamos camino de superar la distopía de Huxley y Wells. Pensamos que somos muy importantes porque estamos ante un mundo completamente nuevo. En realidad, somos un poco egocéntricos pensando que nuestra época es absolutamente distinta (por más que hablemos de cambio de paradigma; Papa Francisco me perdone... seguro que está de acuerdo).
Las familias cristianas sabemos que el corazón del hombre no ha cambiado y que es tan antiguo como la epopeya de Gilgamesh. Sabemos por experiencia que el olvido de Dios produce otros diosecillos (Os 4, 12). Destaca uno en especial: el vértigo del progreso y la tecnología. Querer ser dioses es nuestra religión absoluta. "Todo vale", nuestro lema (Gen 3, 15). Los valores de antes los sustituimos por otros más “postmodernos” que, por supuesto, aumentan notoriamente nuestro ego y orgullo. Ante cualquier ataque de tristeza, combatimos con la medicina de las pantallas que nos nutren de dopamina y nos hacen experimentar una placentera realidad irreal.
Nosotras, las familias cristianas, sabemos que es necesario transformarse y renovarse; pero el cambio no supone perder la raíz y fundamento de lo que somos. El corazón humano no cambia: tiene deseo de eternidad. Estamos de acuerdo con la aventura valiente de búsqueda del Bien, la Belleza y la Verdad. Nosotros sabemos que corremos hacia la meta que es Cristo, la verdadera Ambrosía (Fil 3, 14). Corremos, no para perder sino para ganar. Podemos -y debemos- transformarnos continuamente en el combate contra nuestro ego, porque sabemos la fuente inmutable de la que beber: la Cruz donde está el costado de Cristo. La Cruz es la auténtica Sabiduría para nuestra mente y corazón: “metanoia y metacardia” (1Tim 6, 12).
Frente a un mundo inseguro y cambiante, la Cruz permanece firme mientras el mundo gira. “Stat Crux dum volvitur orbis”, reza el cartujo. La ciencia de la Cruz, según Edith Stein, es más un saber intuitivo que discursivo; es más contemplar que entender. Frente al ego de los famosos que muestran cuerpos, lugares y situaciones perfectas (raramente muestran su debilidad sin que se maquille), nosotros sabemos que la piedra angular es Cristo. Y nos llama a anunciarle (1Cor 1, 17-25): "No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros- es fuerza de Dios.”
Ahora, la DINÁMICA FAMILIAR:
Deja el móvil y ponte a trabajar en la dinámica.
Coloca o dibuja un crucifijo en algún lugar visible de la casa, por ejemplo el salón o la cocina.
Pensaremos en las cosas que tenemos que cambiar y las dejaremos en un pósit a los pies de la cruz.
En la oración de la tarde, tomaremos un pósit y lo pegaremos a la Cruz inmutable para que cambie aquellas cosas de nuestra vida que debemos cambiar.
Escrito inspirado en la conferencia Mons. Varden "A la altura de la tormenta del corazón humano". Evangelización en tiempos de olvido.
ENCUENTRO de ORACIÓN mensual, encontrándonos como hermanos unidos entre mundos divididos.
Este viernes, 8 de marzo, os invitamos a descubrir cómo ser más hermanos, colaborando juntos -cristianos de distintas Iglesias, denominaciones y movimientos- en los sueños de Dios para esta ciudad de Santiago de Compostela.
"Ayunar es la privación del bien para tomar una decisión por un bien mayor"
Los cristianos estrictamente cumplidores se conforman con dar limosna y aportar comida a los bancos de alimentos. Pero tú y yo sabemos que no solo eso nos pide el Señor.
El ayuno que quiere Dios
- alguien para desahogarse, para compartir situaciones o problemas o, sencillamente, alguien con el que poder hablar porque se sienten solos.
- nuestro consejo.
- necesitan orar con nosotros.
¿Cuánta sed tienes de oración?
- Si no tienes sed de la oración personal probablemente tengas que meditar cómo está tu relación con Dios.
- Si no tienes sed de oración conyugal, probablemente tengas que meditar cómo está tu relación con tu esposa o esposo.
- Si no tienes sed de oración familiar probablemente tengas que meditar cómo está tu relación con tus hijos.
- Y, por último, si no tienes sed de oración comunitaria tienes que meditar cómo está tu relación con tu comunidad, con tu grupo de oración, con los amigos con los que rezas. Y si no tienes comunidad, grupo de oración o amigos con los que rezas, tienes un problema. Búscalo de inmediato.
Desde esta perspectiva -apuntada por el Papa Francisco- hemos preparado 15 temas para ayudaros a verificar vuestro amor. Nuestra propuesta es acompañaros en este camino que tiene meta. La clave ha de ser el diálogo que estos temas, como etapas de un camino, susciten entre vosotros, los novios.
Rialdarca, itinerario para NOVIOS
Un sendero de poco más de un kilómetro, para personas de cualquier edad
A través del desierto Dios nos guía a la libertad
-MENSAJE de CUARESMA 2024 del Papa Francisco-
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Queridos hermanos y hermanas:
Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.
El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.
En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.
Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.
Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.
Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.
Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.
La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.
En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» (Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.[1]
Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.
Francisco
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[1] Cf. Ch. Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud, Madrid 1991, 21-23.
- El coste del encuentro por FAMILIA es de 85€: comida y cena del sábado + comida del Domingo.
- A los que venís de otras provincias os alojamos en nuestras casas.
- El Encuentro termina el Domingo después de la comida.
- La inscripción es obligatoria en este enlace: https://forms.gle/M9DCJNLhF4pn7eNc6