Caná acoge la singularidad de cada familia, creando unas relaciones fraternas, aprendiendo unos de otros en la oración y el compartir humano, espiritual y material, en la línea de las primeras comunidades cristianas. Cada familia de la Comunidad camina como Iglesia doméstica. Nuestro modelo es la Familia de Nazaret.
- Ir donde va la gente; enfocarnos e invertir allí. Echarnos, como Iglesia, al Camino. No construir nuevos templos ni complejos parroquiales. Dejar a las autoridades civiles que restauren y conserven el patrimonio y los monumentos religiosos...
- Aderezar nuestras Iglesias Diocesanas con aceite y vino, pasarlas por el Fuego y vaciarlas en el Camino de Santiago.
- Adelgazar drásticamente los organigramas. Es tiempo de una buena poda para esa gran hojarasca de Delegaciones, Secretariados... y tantas estructuras y nombramientos (nombro y miento) que oscurecen la fuerza del Evangelio, llegando a suplantar el combate espiritual y la primacía de la gracia.
- Volver al Principio (en el Principio no fue así…), al punto 0 (Tú has venido a la orilla…) en los Seminarios y otras instituciones.
Desde esta perspectiva -apuntada por el Papa Francisco- hemos preparado 15 temas para ayudaros a verificar vuestro amor. Nuestra propuesta es acompañaros en este camino que tiene meta. La clave ha de ser el diálogo que estos temas, como etapas de un camino, susciten entre vosotros, los novios.
Rialdarca, itinerario para NOVIOS
Un sendero de poco más de un kilómetro, para personas de cualquier edad
“Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Es éste un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”. (Ef 5, 23-33)
La ternura, un soplo que nos alienta a ser lo que estamos llamados a ser
Arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne
Al principio, Dios nos crea hombre y mujer para un proyecto de comunión y nos bendice con el sacramento del matrimonio a través del cual derrama la gracia para hacer posible este amor para siempre que supera nuestras fuerzas humanas.
“Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gén 2, 24). Esta Palabra que pronuncia Dios es nuestra denominación de origen, nuestra seña de identidad. Siempre hay que volver a ella, porque es volver al principio de nuestra vocación.
Desde esa perspectiva, nuestra vida conyugal es un continuo renunciar, para unirse al otro y ser uno. La acogida mutua es la clave de nuestra unión. Recibir al otro, es hacerle un espacio en mi yo. Porque seguimos siendo dos personas diferentes, con necesidades, psicologías, heridas diferentes. Somos dos que caminamos en medio de nuestras imperfecciones y nuestros límites.
En nuestro camino matrimonial surgen las dificultades de nuestro pecado que se muestra en forma de actitudes que me separan del cónyuge:
- Estar a la defensiva frente al otro porque pienso que me va a hacer daño.
- Juzgar antes de que empiece a hablar.
- Desconfiar a causa de nuestras heridas.
- Tener creencias equivocadas, adquiridas (por ejemplo: si no me cuido yo, no me cuida nadie).
La Palabra de Dios llega viva y eficaz con la fuerza del Espíritu Santo: “Y os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 26). Es Dios mismo el primero en llenarse de ternura ante nuestras dificultades, en mirarnos con compasión y misericordia: “Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen” (Sa 103, 13) y en derramar su amor en nosotros con el Espíritu Santo que tiene verdadero poder para cambiarnos:
- Arranca de nuestro pecho muchas cosas que no son el verdadero amor: falsas seguridades, heridas que nos impiden amar, miedos a sufrir, barreras, bloqueos…
- Nos da un corazón nuevo, capaz de acoger al otro en sus fragilidades, en aquello que no comprendo.
- Nos pone en tierra nueva donde triunfa el amor, la ternura de Dios, que es caridad esponsal que se conmueve, que tiene entrañas de misericordia.
El Espíritu es quien realiza en nosotros esta obra... con nuestra colaboración, es decir, no ofreciendo resistencias: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).
La madurez del amor
Un día nos enamoramos y nos comprometimos. Preparamos todo y ¡adelante! Salimos juntos a recorrer esta aventura como salió el hombre de la parábola (Lc 10, 25-37). Por el camino unos bandidos nos asaltaron, nos apalearon y nos dejaron heridos y tirados en el suelo. Llegó un sacerdote y pasó de largo, llegó un letrado y dio un rodeo, pero un samaritano se paró, nos curó y nos llevó a la posada.
Podríamos describir que los bandidos de la parábola son como algunos aspectos externos que nos rodean: enfermedad, paro, contratiempos…; y también pueden ser aspectos internos: dureza de corazón, rigidez, argumentos, celos, reproches, cansancio, pesimismo… El buen samaritano es Cristo en nuestras vidas, que nos enseña el camino de la ternura. Y el mensaje final, para nosotros, es: “Ahora haz tú lo mismo”. Primero con tu cónyuge, después con tus hijos y con todos los que te encuentres en la vida.
Sin embargo, es importante saber que la ternura no es algo que tengamos nosotros por naturaleza. Es un aprendizaje en el amor, es la madurez del amor.
Tres formas de crecer en ternura
- Cultivar el sentido del humor. No hablamos de la ironía ni del sarcasmo que ridiculiza o desprecia al otro. El humor posibilita una mirada nueva sobre el otro. La familia que posee sentido del humor tiene un tesoro muy valioso.
- Ver siempre el lado bueno. Valorar la parte positiva de aquello que a veces nos saca de quicio del otro. No se trata de justificar el mal, sino de mirarlo desde otra perspectiva. Una persona terca, seguramente sea exasperante en muchos momentos, pero perseguirá sus objetivos en la vida y eso tiene una parte buena. Una persona tranquila a veces desespera hasta la exasperación en su tranquilidad, pero aportará calma a situaciones complicadas. Una persona que cambia de planes con facilidad puede que nos vuelva locos, pero seguramente conseguirá improvisar en los momentos en que esto sea necesario.
- No “tirar la toalla”. Tener conciencia de las propias fragilidades, afrontarlas. Fracasar una y otra vez, perdonarse por ello y volver, una y otra vez, al camino de intentarlo de nuevo. Aceptar y amar este proceso nos prepara para la ternura..
La Palabra nos sugiere algunos pasos que debemos dar...
- Recibir a mi cónyuge es el primer paso para acogerlo. Si no estoy abierto a recibir, no podré acoger. Para eso es necesario crear un clima de confianza. “No te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa” (Éx 3, 5). Cuando en la vida común aflora lo personal de cada uno, aquello que se ha compartido y aquello que no ha salido del todo a la luz, se comienza a ver las fragilidades, las actitudes, las heridas y, a veces, los silencios. Es necesario entonces pararnos ante nuestro cónyuge (“no te acerques aquí”), exponernos uno al otro desde la verdad (“quítate las sandalias de los pies”), sabiendo que es necesaria la máxima ternura (“porque el lugar donde estás parado es tierra santa”).
- El Espíritu Santo nos ayuda a renovar nuestro vínculo, nuestro deseo, nuestra vocación, nuestra mirada, nuestro amor primero: “Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (Cant 8, 7). No basta simplemente con no juzgar; se trata de que el otro se sienta amado tal y como es, para que pueda mostrarse como es. “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí” (Cant 6, 3).
- “Iré a la casa de mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti” (Lc 15,15). Tomar la actitud del pobre, del necesitado, del que ha malgastado su fortuna, reconociendo necesitar la mirada de mi esposo, de mi esposa que me acoge como vengo, como estoy, como soy... y la de Dios que siempre es Padre, que siempre perdona, que siempre alienta y que me pone nuevamente el anillo de hijo.
Algún compromiso concreto acordado entre los dos...
Cada día, 5 minutos para la ternura entre nosotros y con Dios:
- Mirarse a los ojos y preguntar: ¿Cómo estás? Y escuchar la respuesta con paz en el corazón.
- Rezar al menos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria, si es posible de la mano.
Cada semana, un tiempo entre nosotros y con Dios:
- Buscar un tiempo para estar juntos, mínimo una hora. El objetivo es crear un clima de acogida, donde nos detengamos en la acogida al otro.
- ¿Qué necesita el otro?
- Ser capaces de salir de nuestros bloqueos, nuestros muros y expresar nuestros malestares o contratiempos de la semana.
- Tiempo de llenarnos de Dios: oración juntos, rosario, Eucaristía... Hacernos más conscientes de que Dios desciende a nuestra vida cotidiana.
Cada quincena o cada mes, de manera especial aprovechando las celebraciones familiares:
- Tiempo para toda la familia: una comida especial, una tarde de diversión, de juegos de mesa, una película juntos, un tiempo de escucharnos todos.
Ejercicios para realizar en familia:
- Pronunciamos la palabra escuchar. ¿En nuestra casa nos escuchamos unos a otros? ¿En qué momentos hay sensación de prisa y de no tener tiempo unos para otros? Después de escucharnos todos, nos ponemos una nota sobre el verbo escuchar y la ponemos en la nevera. A continuación, hablamos de qué podemos hacer para mejorar esa nota.
- Este ejercicio lo repetiremos con la palabra ayudar. ¿En nuestra casa nos ayudamos unos a otros? ¿Alguien siente que está demasiado cargado de responsabilidades y que necesita ayuda?
- Y con la palabra comprender. ¿Antes de juzgar a los demás, nos ponemos en su situación para tratar de entender sus actos?
Montse y Javier - Comunidade Caná
Un café cortado, una napolitana y un EdV24
Somos un puñadito de deseos. Lo dice el padre Adolfo Chércoles, un jesuita que ha trabajado toda su vida a pie de obra literalmente. Hace unos días, iba camino a casa por mi barrio y escucho a mi lado una voz en bucle: -Un café cortado y una napolitana por favor, un café cortado y una napolitana, por favor (Mt 7,7). Entonces giro la cabeza con sorpresa y veo una mujer de rostro deforme que no cesa en la cantinela hasta que me he dado por aludido. El instinto me lleva a pasar de largo, pero el corazón orante de repente se acuerda de aquello del ”Padrenuestro”, del nosotros del que formo parte (no estoy solo). Un nosotros callejero que de vez en cuando me asalta.
Me dirijo a un rostro sin ojos visibles, embutidos en puras cuencas de carne constreñida. Me doy cuenta de lo que significa ser descartado, en palabras del Papa Francisco. No dan ganas de pararse, su rostro está lleno de pústulas, algunas sangran. -¿Qué quieres?, le digo (es la pregunta más tonta que he hecho nunca). -Cómprame un café cortado y una napolitana; es que soy invidente. Me hago entonces cargo de la situación, miro alrededor a ver si hay alguna persona a su cuidado que corrobore o deniegue lo mandado. No veo a nadie. Me replanteo la situación. Es un centro de diálisis. Pregunto: -¿Estás esperando la ambulancia de vuelta? -Sí, vengo todos los días, me contesta. -¿Te permiten tomar lo que me pides? Enseguida paso a indagar los pormenores del café, porque esté permitido o no me voy a agarrar a la indulgencia, rememorar al Buen Samaritano (Lc 10,25) y eso de hay más alegría en dar que en recibir (Hch 20,35).
La mujer explica ante mi asombro: -Es un café cortado, con sacarina. -Nada de descafeinado (le apunto yo), ¿verdad? Sobre la napolitana no indago, simplemente tengo fe. Pocos pasos más adelante hay un bar cafetería. La mujer saca su monedero y me da un billete de 20 euros. Voy “ipso facto” porque llevo en las manos una batería que pesa lo suyo y estoy incómodo. El bar ya está acostumbrado a este tipo de incidencia. Me informan que normalmente pide un croissant, pero yo, según mi gusto, encuentro ”lo más” en una napolitana de chocolate. Hay otra de crema. Ante la duda, no vuelvo a preguntar. Aplico el Evangelio de Mateo 7, 12 (a menos que se trate de mi mujer, que es lo contrario, porque somos complementarios).
Cuando regreso, no sé por dónde empezar; en una mano el café y la napolitana en la otra; además, debajo del brazo una batería de 6 kilos. Ella me lo arregla enseguida: -¡Dame el cambio! Me fijo en sus dedos ensangrentados que guardan los billetes y las monedas... Después, entregó el café que con el palito para remover. Alza sus manos para, acto seguido, estirar su cuerpo hacia abajo dejando el vaso en el suelo. Por fin, le entrego la napolitana envuelta en papel. Han sido muchos detalles para cumplir este deseo... y pienso que Dios también hace así con nosotros y con nuestra familia. Cada familia tiene sus gustos y formas. Somos una diversidad de nosotros, pero todos nos necesitamos.
El Encuentro de Verano de Familias Invencibles es un buen momento para dejar que Dios sirva a cada familia según sus gustos. Él nos conoce a cada uno por nuestro nombre Is 43, 1-4. Por eso no se me ha escapado la oportunidad de preguntar a Samara su nombre. Ya no es solo una mujer crucificada por una diálisis, lleno su cuerpo de enfermedad. Es ella, Samara, quien me descubre el rostro de Dios. Dios es un mendigo agitanado, un apestado en nuestra sociedad anti-Job y prepotente, un enfermo en los últimos momentos. Cuando me he despedido de Samara, tenía algo de prisa y la verdad que no estaba preparado para más conversación... pero le he dicho: -¡Que Dios te bendiga! Y ella me ha contestado con marcada intención la misma bendición: -¡Que Dios te bendiga!
Samara está haciendo muchos santos; no debe ser fácil atenderla. ¡Cuánta paciencia tiene Dios con nosotros! Tanta que “le hacemos Santo” y también nosotros nos hacemos santos cuando soportamos la incomodidad y las dificultades, sabiendo que Jesús vivió la Pasión por nosotros. Dejemos que Dios nos sirva en este EdV24, y que nosotros le podamos servir en los demás.
Pongamos amor y paciencia según corresponda la direccionalidad de dar o recibir al puñadito de deseos que somos cada hijo de Dios. Lo que sí estoy seguro es que Jesús, en este EdV24, te va a servir más napolitanas y cafés de los que tu puedas servirle, porque Él devuelve el ciento por uno (Mat 19,23).
DINÁMICA: Vete al rincón de oración, ora, escribe y sirve lo siguiente...
Piensa en qué puedes servir a Dios (café).
Piensa qué quieres que Dios te sirva este tiempo (napolitana).
Busca alguien de tu familia o amigos a quién tengas que invitar al EdV24
“El Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1, 16)
Solo una Iglesia evangelizada puede convertirse en una Iglesia evangelizadora; solo una Iglesia que vuelve una y otra vez al Cenáculo para recibir la fuerza del Espíritu Santo en un nuevo Pentecostés, puede convertirse en una Iglesia que evangeliza con gran poder, como la Iglesia primitiva. Sin nuevos evangelizadores no puede haber nueva evangelización; sin nuevo Pentecostés ni Espíritu Santo no hay nuevos evangelizadores ni nueva evangelización.
"Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones..." (Jl 2, 28-29).
La Efusión del Espíritu desencadena un proceso de discipulado que se plasma en una vida con propósito; en sucesivas elecciones sobre el estado de vida, el trabajo, la economía, las relaciones… una vida entera entregada a cumplir los sueños de Dios para mí. Vivir, desde la debilidad, en el Señorío de Cristo. Porque el Encuentro con Cristo -si es auténtico- genera discípulos misioneros en comunidad.
Un/a discípulo/a misionero/a es una persona que ha tenido un encuentro personal con Jesús, ha tomado la decisión de seguir -con todas las CONSECUENCIAS- el Evangelio de Jesús, ha caminado con otros discípulos y ha sido enviado por Jesús para compartir la Buena Noticia. Es un proceso selectivo, destinado -únicamente- a quienes han decidido seguir a Jesús y dar la vida por Él.
«Si permanecéis en mi Palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32).
Vivir en el Espíritu es, día a día, década a década, agrandar el SÍ... y reforzar muchos noes. El Señorío de Cristo implica que Él ordene mis amores, derribe mis ídolos y me abra a nuevos horizontes. "Aspiremos no a una libertad fácil y artificial, sino una libertad perfecta y verdadera. Y concedamos a Dios su libertad de actuar, una libertad que necesariamente trasciende nuestras nociones limitadas" (Mons. Erik Varden).
En el fondo, solo hay 2 modos de vivir: VIVIR para solucionar problemas (Señor, ¡haz mi voluntad!) o VIVIR de un horizonte, enfocado en la Voluntad del Padre, en su propósito para mi vida.
Hay tres fuegos que se avivan recíprocamente, alimentando el FUEGO del Espíritu Creador en mi vida real, en mi historia de salvación:
1. El fuego de la ORACIÓN: la fuente de la que bebemos, la intimidad con Dios, el diálogo con la Trinidad -Padre, hijo y Espíritu Santo-. No es un mero ensimismamiento y deleite interior; la oración tiene consecuencias. "No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos" (Mt 7, 21). En la oración recibimos el Poder de Dios para transformar, para tener los mismos sentimientos de Cristo y salir hacia el hermano.
2. El fuego de la FRATERNIDAD: mi Comunidad (de pertenencia o de referencia), los hermanos en la fe con los que oro, comparto y voy a la misión. ¿Tengo una Comunidad de fe? Sí, es la Iglesia -podemos responder-. En nuestro tiempo, ha de concretarse en una comunidad más cercana, más concreta, más cotidiana y -en la mayor parte de los casos- más pequeña que la Parroquia. Hermanos que me acompañan en el camino de la fe, me animan, me corrigen... y donde descubro mis dones y carismas para la misión.
3. El fuego de la MISIÓN: ¿a qué estoy llamado en la Iglesia y el mundo? ¿Cómo soy una piedra viva que construye el Reino de Dios?
Porque la IGLESIA existe para EVANGELIZAR... "Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple administración». Constituyámonos en todas las regiones de la Tierra en un «estado permanente de misión»" (Evangelii Gaudium 25).
La Renovación Carismática somos un pueblo escogido donde Dios se complace en derramar su Vida, su Verdad. Somos aquel reino en el cual Dios derramó muchos, muchísimos talentos. A unos les dio 10, a otros 5, a otros 2 y a otros 1... Y les dijo: "Hacedlos fructificar". Vuelve al cabo de mucho tiempo, y quiere recoger el fruto; al ver el panorama, al escuchar las respuestas de los siervos, dice: "Habéis trabajado para vuestras casas, vuestros edificios, vuestras fincas particulares; pero no habéis hecho crecer mi reino. Los talentos no son vuestros. Lo que habéis construido no sirve para nada salvo para ser pasto de las llamas".
Hagamos subir a la Iglesia al aposento alto para recibir la fuerza del Espíritu Santo una y otra vez. A menudo convertimos el viento huracanado de Pentecostés en aire acondicionado, al tratar de domesticar la fuerza del Espíritu. El viento huracanado siempre nos sorprende, rompiendo esquemas y seguridades propias; nos mueve a ser fieles al Señor y no buscar tanto agradar a los hombres, descubriendo una variedad de carismas que no debemos despreciar aunque nos incomoden o comprometan.
La fuerza impetuosa del Espíritu siempre sopla como quiere y no la podemos dominar; es el poder del Espíritu quien nos hace vivir en la libertad de los hijos de Dios. Si la primera evangelización en Jerusalén fue fruto de la irrupción impetuosa del Espíritu Santo en aquel primer Pentecostés cristiano, la nueva evangelización hoy no puede ser sino consecuencia de un nuevo Pentecostés que nos haga salir de nosotros mismos para ir a las periferias del mundo y anunciar la Buena Noticia a toda la creación.
La primitiva Iglesia se movía en el Espíritu, como fuego en un cañaveral, fuera de las murallas. A la intemperie. En lucha y contemplación, lejos de las seguridades y el poder mundano. Fijos los ojos en Aquél que se hizo un tatuaje con mi nombre en Sus manos... y en Sus pies... y en Su costado. Aquél que, fuera de las murallas, murió en la Cruz por mí, entregando toda su vida por amor.
Su presencia está ahí fuera, los dones están operativos ahí fuera, el corazón de Dios está ahí fuera... Escucha lo que te dice a ti (y a mí) el Papa Francisco en «Gaudete et exsultate» nº 15: "Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida". No nos aferremos a lo que tenemos; ¡lancémonos a vivir la NUEVA VIDA que Jesús nos ha ganado, lancémonos a vivir en el Espíritu!
El Señor quiere cambiar el mundo en el Poder de su Espíritu Santo: un tsunami del Espíritu, algo inesperado, algo sorprendente, un renovado súperPentecostés. Y, cuando el Señor se mueve de esa manera, nosotros -los que antes éramos no/pueblo y ahora somos Pueblo de Dios- que hemos sido llamados por Él, hemos de estar dispuestos y en vela.
La mejor Iglesia es la que arde... en el Fuego del Espíritu Santo
Javier y Montse - Comunidade Caná
"Yo soy el Pan de Vida. El que venga a Mí, no tendrá hambre; el que crea en Mí, no tendrá nunca sed" (Jn 6, 35)
La Adoración Eucarística deja huella. Hay consecuencias indudables para la salud física, síquica y espiritual de quienes se ponen ante Jesús Eucaristía: la fuerza curativa más poderosa que hay sobre la Tierra. Decenas de miles de personas testimonian liberaciones, sanaciones, solución de problemas entre las parejas, sanación del corazón, liberación de ideas suicidas, sanciones físicas de toda índole...
Yo he sido sanado por Jesús Eucaristía. ¡Doy testimonio de ello! Con treinta años y nuestros dos primeros hijos -Martiño y Lucía- todavía pequeños, comencé a padecer fuertes dolores lumbares, calambres... cada vez más frecuentes y paralizantes. El médico decidió hacerme distintas pruebas que descubrieron una lesión importante en la cuarta vértebra lumbar. Esta dolencia me afectaba bastante en mi trabajo cotidiano, en casa, en el colegio -como maestro de música- y en mi acción pastoral y evangelizadora.
A principios de la década de los noventa -aún no había nacido Olalla, nuestra tercera hija-, la Comunidad me envió a una Asamblea de la RCC que se celebraba en Cataluña, más concretamente en Badalona. En ella predicaba Emiliano Tardiff. En la Eucaristía, después de la Comunión, el P. Tardiff comenzó a anunciar la sanación que Jesús Eucaristía realizaba en el cuerpo y en el alma de muchos de los participantes... En un momento dijo: «Hay aquí un hombre que se ha entregado sinceramente al Señor. Tiene fuertes dolores en la espalda que lo limitan cada vez más: Jesús Eucaristía te sana ahora para que, en adelante, puedas servirle con toda libertad».
Supe, en seguida, que aquel hombre era yo. Creí firmemente que Jesús me sanaba. Desde entonces -sin haber pasado por el quirófano ni seguir ningún tratamiento especial- no he vuelto a padecer de la espalda y, efectivamente, he servido al Señor con libertad (2Cor 3, 17) y profunda alegría durante más de treinta años, dándole toda la gloria por las maravillas que hace en medio de su pueblo. ¡Jesús está vivo y actúa con poder!
La Presencia Eucarística es como un Sol espiritual, que simplemente está ahí y por el cual podemos dejarnos iluminar y calentar. Es un acto de fe el presentarse ante Jesús, ya sea en la Adoración o en la Eucaristía. Ponernos en su presencia abriendo el corazón; no la cabeza que razona la presencia, sino el corazón. Si entramos con el corazón, tenemos la experiencia de la paz y del amor que viene del Santísimo. Esta Adoración me ayuda no sólo a mí de una manera personal, sino que abre dones para la evangelización. La Adoración al Santísimo Sacramento es la urgente necesidad de nuestro tiempo para salvar a las personas: ¡Vete y preséntate a Jesús, adóralo, entrégale todas tus dudas y deja que él intervenga!
Ante Jesús Eucaristía, la gente siente paz; pero también ve su luz. Porque Él expulsa las tinieblas. Si leemos la primera carta de San Juan, vemos que la sola presencia del Verbo -que se hace carne- expulsa las tinieblas. Y si creo que Jesús está ahí presente en la hostia consagrada, que es verdaderamente su Cuerpo, el mismo Cristo expulsa las tinieblas, ¡mis tinieblas!
Las personas solemos estar heridas en nuestro interior, porque no hemos recibido el suficiente amor o hemos experimentado un abuso de nuestro amor. Así surgen graves deficiencias en el alma y muchos trastornos afectivos... Abramos todo esto a la fuerza sanadora del Santísimo Sacramento, entregándoselo al Señor, invocando el nombre de Jesús en el silencio. De esta manera, podemos abarcar incluso aquellos campos inconscientes de nuestra alma, pidiéndole al Señor que sane las heridas interiores y disuelva las barreras que han resultado en nuestro interior a consecuencia de ellas; incluso heridas inconscientes, cuyos efectos sentimos, aunque no sabemos cómo se produjeron. La sanación de las heridas interiores no es un asunto insignificante, porque a menudo estas heridas nos bloquean en la relación con Dios, con las personas y con nosotros mismos. Pongamos nuestras cargas ante el Señor y, con el paso del tiempo, notaremos que allí -en el Santísimo- nos encontramos con un amor que está todo para nosotros y nos envuelve sin cesar.
Ante la Eucaristía resuenan y se actualizan de forma especial estas palabras del Señor: “Venid a Mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-29).
Javier de Montse · www.comunidadecana.org