La primera parte de este título hace referencia a una pintada que se divisa en unos bloques de una autovía, y que me ha dado mucho que pensar durante estos días de vacaciones. Son días de escuchar y contemplar: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadle” (Mateo 17:5; Marcos 9:7).
Estoy seguro de que los jóvenes que regresan de su Jubileo traen consigo respuestas a muchas preguntas, tras haber tenido ese tiempo de “estar en lo alto del monte”, para encontrar y encontrarse con Aquel que nos amó primero. “Esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con Él en la montaña sagrada” ( Mateo 17:5).
Conviene preguntarse: ¿Estamos educando a nuestros hijos en modales, maneras y ” competencias”, o les ayudamos —asistidos por Dios— a descubrir la Respuesta y sentido de la vida, que nunca se impone, la que sólo Él regala como don?
En un mundo repleto de preocupaciones y problemas, donde cada día nos vamos desgastando, es sutil la tentación de “nadar y nadar”, enredados en las continuas urgencias diarias y los problemas cotidianos, sin dar repuestas a los temas no urgentes pero sí realmente importantes: ¿qué hago aquí? ¿a dónde voy? ¿para qué y para quién vivo?
El verano, es tiempo propicio para crecer en confianza y esperanza, sabiendo que sí hay respuestas. También hay dificultades: el descanso trae sus propias tensiones—organizar el tiempo, encontrarse con amigos y familia. No se trata solo de “descansar”, sino de mirar, ver y escuchar la rutina diaria de otra manera. Chesterton afirma que el verano no es evasión del deber, sino el tiempo de abrazar la vida con una mirada renovada: observar a los niños en la playa y maravillarse ante el gozo de cavar una y otra vez ese hoyo en la arena, que se llena y vacía al ritmo de las olas.
Dios quiere colmar a su Pueblo con la fuerza del Espíritu Santo para dar respuesta: Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14:6). Pero este camino no lo recorremos solos, hemos de ir con otros. Por eso, es tiempo de las familias con respuestas. En cada lugar y familia se dan circunstancias distintas de combate espiritual. Todos experimentamos la debilidad, y es el Espíritu quien viene a enseñarnos a orar, a creer, a esperar y a amar (Romanos 8:26; Gálatas 5:16; Romanos 15:13). Él nos da la luz para comprender que nuestro modelo de vida es Cristo.
El Espíritu también nos impulsa a responder a un mundo que ofrece respuestas nihilistas, “espiritualistas” y de la “new age”. Estos días en reuniones con amigos y familiares, surgen conversaciones sobre creencias y experiencias “religiosas”. Nos vemos como Pablo en el Areópago, hablamos del “Cielo”, y muchos muestran interés por experiencias cercanas a la muerte, “casualidades”, apariciones y fenómenos “espirituales”, budismo, yoga, energías... Sin embargo, al hablar de Jesucristo, el interés se desvanece: es alguien demasiado real y encarnado, que interpela nuestra manera de vivir. Preferimos quedarnos en nuestras elucubraciones. Jesús no interesa, y la Iglesia menos aún, por su historia imperfecta y su “poca actualización”.
No nos desanimemos, Dios tiene un tiempo para cada uno; a nosotros nos regala la Fe y la Esperanza para interceder por todos los que encontramos. A veces las personas estamos “dormidas” o “anestesiadas con enganches”, otras sufrimos y el dolor nos pone una venda. La familia de los hijos de Dios está llamada a testimoniar que Jesús es la respuesta y camina con nosotros. El testimonio supone hablar y actuar hasta donde podamos. Solo Dios da vida, camino, amor, y nosotros frágiles vasijas de barro somos meros instrumentos para dar respuesta de en Cristo muerto y resucitado está la clave humana.
Sólo es posible esto por el Espíritu Santo, que nos otorga la dulzura y la humildad de Cristo.
La DINÁMICA es rezar, personal y familiarmente:
1. Al comenzar el día: en la playa, en lo alto de un monte, o en el “Tabor” del descanso. Que no falte una oración inspirada para ser testigos de esperanza en un mundo a veces sin respuestas.
2. Escribe tu oración y déjala por algún rincón de la casa.
3. Escribe tu oración, si te atreves déjala en algún rincón de la playa o en la montaña entre las rocas.
Oración a María Auxiliadora:
¡Oh clementísima Reina y Auxiliadora de los cristianos! Con las más ardientes súplicas vengo a pedirte la gracia que necesito… y me concedas, además, la santa dulzura, que es el ropaje de la humildad y la virtud predilecta del Sacratísimo Corazón de Jesús. Débil y orgulloso como soy, jamás podría revestir mi alma con ese encantador ropaje sin tu misericordia. Ayúdame a ser cortés en el trato, dulce en el sentir y en el hablar, bueno con todos, y especialmente con aquel que se muestre frío y maligno, para procurar complacerte a ti y a tu dulcísimo Jesús. Amén.
Oración de S. Francisco de Sales
Oración de la mañana:
--------------------
Este escrito recoge ecos de las lecturas bíblicas de los primeros días de agosto y de autores que me acompañan espiritualmente entre otros : Raniero Cantalamessa: “ La Fe que vence al Mundo”, Jacques Philippe: “ La confianza en Dios”, J.L Martín Descalzo: “ Razones desde la otra orilla”, Fabio Rossini: "El arte de recomenzar” y las últimas publicaciones digitales de la primera semana de agosto de 2025 en Religión en Libertad: “Siete consejos de Chesterton para aplicar este verano”. No he citado sus palabras textualmente, sino desde la huella espiritual de esas lecturas.