Comunidade Caná

Comunidad Católica de Alianza integrada por familias en el seno de la Renovación Carismática



"Ánimo y ¡a la tarea!, porque yo estoy con vosotros (Ag 2, 4)

     ¿Cuál es la tarea? Acoger e integrar en nuestra vida cotidiana de matrimonio y familia un (¡el!) acontecimiento: JESUCRISTO.
      Como en Emaús, Jesús el Señor sale a nuestro encuentro, comparte nuestro camino... y nos revela el proyecto del Padre Dios para el hombre y la mujer: "Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gén 2, 24)". Es ÉL quien lo hace verdad, historia, proceso vital...
      El Eterno se hace carne para sanar toda carne y recapitular en Cristo todas las cosas. Esto es lo que anunciamos desde nuestra humanidad herida, desde nuestra fragilidad, desde nuestro imposible: ¡Su Misericordia es para SIEMPRE!
Nada imposible. Nadie perdido para siempre. ¡Esperanza eterna!
¡Aleluyaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

       «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás a odiado a su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo» (Ef 5, 21-33).


¡Enhorabuena! Habéis encontrado un tesoro: el amor de vuestra vida. La humanidad entera, todo hombre y mujer, pasa por su existencia buscando este gran tesoro que es “amar y ser amado”. Vosotros lo habéis encontrado y por eso estáis de enhorabuena. Quisiéramos que esta palabra, “amor”, tan usada hoy, pudieseis vivirla y entenderla de un modo distinto, original: tenéis a vuestro lado a la persona de quien estáis enamorados, la persona con la que deseáis pasar el resto de vuestra vida, la persona que os acepta como sois, que va a estar siempre con vosotros…

Tenéis a vuestro lado a ese “alguien” único que os quiere. Hay personas que tienen de todo; pero les falta alguien a su lado que les ame profundamente, y por eso se sienten solas, tristes y sin sentido en la vida. ¡Valoremos el amor que tenemos! Sin amor, todo en la vida queda oscuro y vacío.

Las estadísticas nos muestran cifras alarmantes sobre los fracasos en el amor. Estamos ya por encima del 55% de parejas que se separan. La mayoría en la primera crisis, en los primeros ocho años de matrimonio. Pero las separaciones están aumentando en todas las etapas de la vida. ¿Qué nos está pasando? Quizá no valoremos lo bastante este tesoro como para poner el empeño, el coraje necesario, y emplear todas las energías en cuidar nuestro amor.

Enamorarse es fácil.
Lo difícil, lo realmente valioso,
es permanecer enamorados.


De este amor que perdura en el tiempo, capaz de superar crisis y dificultades, es del que habla este curso: del amor que os vais a prometer el día de vuestra boda y que puede haceros felices para siempre.

Un error común de las parejas jóvenes es pensar : “Hay amor entre nosotros, luego todo va a ir bien”. Esto no es verdad. El amor de pareja es algo muy complejo, sobre todo cuando hombre y mujer deciden compartir sus vidas para siempre: dos personas con distintas psicologías, distintas necesidades, distintas formas de pensar y vivir, y aun así llamados a formar un proyecto común. Esto significa que hay mucho trabajo por delante, pues la armonía de una pareja no es automática ni funciona para siempre solo por estar enamorados.
La otra manera de vivir vuestro amor es como una actividad. Decimos: “¡Nos queremos!”. Y esto suena a algo activo. El amor es una realidad que nos hace desear vivir juntos, formar una familia; nos invita a soñar con un proyecto común en el cual nos vamos a ayudar y sostener mutuamente. Suena a elección y a disposición de superar las dificultades que puedan surgir. Suena a la alegría de verse acompañado/a en el camino de la vida.

- “¿Se puede llegar a la cumbre del Everest?”
- “Sí.”
- “¿Por qué lo sabemos?”
- “Por que hay quien ha llegado.

Pues permanecer enamorados es como subir al Everest. ¡Hay quien lo ha hecho! Pero si pienso que voy a poder realizar esa hazaña sin preparación ni entrenamiento, vestido/a como estoy ahora, sin el equipo necesario… entonces empezaré a subir y, a los mil o dos mil metros, desistiré en el empeño.

"Amar para siempre"   Comunidade Caná

 

Mini Retiro para Matrimonios, organizado por Comunidade Caná junto al P. Abel Pino

El día de la boda prometemos algo que supera nuestras fuerzas humanas, por eso Dios hace una alianza perpetua con nosotros, y con la gracia del sacramento avanzamos y superamos crisis. 

El sábado 14 de mayo os invitamos a vivir un Retiro solo para vosotros:

  • 2 horas de respiro para reavivar vuestra esponsalidad, la gracia poderosa del Sacramento del Matrimonio: Adoración Eucarística - Reconciliación - Intercesión. 
  • De 16:30 a 18:30h., con la posibilidad de unirse a la Eucaristía Dominical (19:00h.).
  • Parroquia del Corazón de María (Vigo). Cuidaremos con esmero a vuestros hijos (de 0 a 10 años).
  •  Aclaramos vuestras dudas por Tf o whatsapp 636 086 986 (Montse y Javier). 
 
   El 7 y 8 de febrero, Dios mediante, iremos a dar un RETIRO de MATRIMONIOS en la casa de las Hermanas de Guadalupe de Murcia, organizado por la RCCE, Provincia Eclesiástica de Granada, Diócesis de Cartagena-Murcia. Esta diócesis cuenta con 18 Grupos de Oración.

¡ Ven, Espíritu Santo !
No se pelee con su esposo a causa de Dios, Él tiene su tiempo de actuar porque respeta la libertad del hombre sin la cual no sería a su Imagen y semejanza

© Philippe Lissac / GODONG
por Felipe Aquino / ALETEIA
“Lo que más toca el corazón de Dios es nuestra perseverancia, porque es la prueba de la verdadera fe que nunca desfallece”.

Muchas mujeres están sufriendo en este momento porque aman a Dios y quieren vivir de acuerdo a sus leyes, pero sus maridos están lejos de todo eso. Una multitud de mujeres están en esta situación. Todo ello porque el corazón de la mujer es más sensible y delicado que el del hombre, está más orientado a Dios, mucho más apto para acoger su amor y entregarse a Él.

Es raro ver a una mujer sin fe y, al mismo tiempo, es algo muy triste porque es una violencia a su naturaleza femenina y materna.

Muchas mujeres de Dios viven un gran drama: “mi marido no se convierte” Ya oí muchas veces este lamento: “Ya hice de todo; pero él no va hacia Dios, no va a la iglesia conmigo, no se confiesa, no va al grupo de oración y me quiere prohibir ir; me impide ver el cal de televisión católico y trabajar en la iglesia”.

Sé que ocurre también al revés; hay hombres comprometidos en la Iglesia, cuyas esposas no los acompañan, pero esto sucede mucho menos.

¿Qué hacer?
Antes que nada es necesario tener calma y paciencia; no desesperarse y no desanimarse; esto sería peor, es lo que el demonio quiere que uno haga, así él vería con alegría que usted abandona la cruz a pie de carretera.

Sepa que esta cruz forma parte de su matrimonio, forma parte de la misión que Dios le dio de hacer crecer en la fe a este hombre para su salvación. Dios se la encomendó el día de su matrimonio para que usted la construyera cada día con su paciencia, oración, fe, lágrimas, sacrificios y demás.

El “orden del matrimonio” –como dijo Jacques de Vitry en la Edad Media– “es un orden cuyos estatutos datan de inicios de la humanidad”. Roberto de Sorbon, auxiliar de San Luis IX que fundó la célebre Sorbona, llamaba al matrimonio “el Orden Sagrado” (sacer ordo).

Cuando Dios confía un hombre a una mujer, y viceversa, espera que éste sea un día devuelto mejor. Entonces, ánimo.

Asuma su cruz. No la arrastre de mala gana, usted no tendría méritos ante Dios. No la rechace y la saque fuera del camino, la santificará y dará un sentido profundo a su matrimonio. Ame esta cruz para poder encontrar la salvación.

No se pelee con su esposo a causa de Dios. Él tiene su tiempo de actuar porque respeta la libertad del hombre sin la cual no sería a su Imagen y semejanza.

Dios sabe esperar “la hora de la gracia” para actuar, por lo que usted tiene que esperar también: “Únete al Señor y no te separes, para que al final de tus días seas enaltecido” (Eclo 2,3). No lo resista; no lo enfrente, espere la gracia de Dios que mueve su alma… Sea dócil, ámelo de todo corazón, conquístelo para usted, para que después, pueda conquistarlo para Dios.

Rece constantemente por él, sin desanimarse jamás. Esta es la voluntad del Señor: “Después le enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse” (Lc 18,1).

“¿Pero hasta cuándo tendré que rezar por la conversión de mi marido? Ya estoy cansada”
La respuesta es, siempre. Hasta que la muerte los separe, hasta que usted cumpla hasta el último día de su vida la promesa que hizo en el altar de amarlo en la tristeza y la alegría, en la salud y la enfermedad, amándolo y respetándolo todos los días de su vida.

Lo que más toca el corazón de Dios es nuestra perseverancia, porque es la prueba de fe verdadera que nunca desfallece; por eso Jesús dijo: “Pero el que se mantenga firme hasta el fin se salvará” (Mt 24,13). Observe que Jesús dice “hasta el fin”, la perseverancia es para siempre. Para Dios, luchar es más importante que vencer.

Me acuerdo de la maravillosa historia de la gran cristiana Elizabeth Leseur que vivió por la época del 1900. Era una francesa culta y fervorosa, amiga de las artes, las letras, la filosofía, etc., casada con un hombre culto y destacado en la sociedad francesa; pero ateo, que no acompañaba la fe de Elizabeth. Era el famoso Sr. Marie–Albert Leseur.

Elizabeth rezó y se inmoló toda su vida por la conversión de su esposo, lo acompañaba a los más altos eventos sociales donde Dios estaba ausente, y su alma lloraba en silencio y oblación a Dios; hasta que un día ella falleció sin ver la conversión de su marido.

Pero Elizabeth había escrito un diario espiritual, y un bello día su esposo lo encontró tras su muerte, y lo leyó con interés. Fue suficiente para que se convirtiera profundamente.

Al leer aquella páginas llenas de fe y de sufrimiento ofrecido a Dios diariamente, aquel hombre fue tocado profundamente y entendió que había vivido al lado de un ángel sin notar nunca su presencia. Ahora derramaba lágrimas de tristeza por no haber vivido aquella fe maravillosa al lado de su esposa fallecida.

Su conversión fue tan profunda que dejó el mundo, abandonó las esferas sociales donde era exaltado y se hizo dominico; fray Marie-Albert Leseur.

Desde el cielo Elizabeth convirtió a su Albert. Después él publicó: "La Vida de Elizabeth Leseur” (Irmãos Pongetti editores, Río de Janeiro, 7ª edición, 1931). Toda mujer que sufre este dolor debería leer esta obra.

Verá usted mujer, que aún no ha visto a su marido convertirse, Elizabeth lo convirtió para Dios después de la muerte.

¿No es esto lo que importa?
Por lo tanto, no se desanime jamás, no se canse ni desista de esta misión que Dios le dio de salvar a este hombre. Tal vez sea usted la única criatura en este mundo que pueda ayudar a Dios a llevarlo hasta Él. Y esta será su mayor obra en este mundo.

Según el psiquiatra Javier Schlatter, “al perdonar nos liberamos del lazo que nos une a la ofensa y al ofensor”

Con la conciencia clara de que  “el perdón es un proceso, que empieza por la decisión de querer perdonar, porque es un acto de la libertad”, el Subdirector del Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica de la Clínica Universitaria de Navarra abunda en el poder curativo del perdón en su último libro, Heridas en el corazón (Rialp). Aparte de implicar la libertad, Schlatter incide también en considerar las ofensas que hemos infringido, puesto que “en la medida en que me sé perdonado mi disposición a perdonar aumenta”.

A los que acusan al cristianismo de favorecer complejos de culpa, el médico reconoce que “se pueden dar en conciencias mal formadas”, pero que la visión de aquéllos es hija de “esta ‘cultura de los analgésicos’ que pretende eliminar a toda costa cualquier dolor, y la culpa duele”. Por otro lado, se remite a la naturaleza humana porque “la ofensa, el dolor, la culpa, el perdón, son realidades inherentes a la persona. Al revés, el cristianismo les da un sentido liberador a esa presencia del mal que ya señalaba Ovidio en su Metamorfosis: ‘Veo lo mejor, y lo apruebo, pero hago lo peor”.

-En su último libro aborda el perdón, una cuestión verdaderamente difícil que va más allá de decir "te perdono, pero no olvido”.

El perdón es una realidad de una riqueza tan profunda como el amor. De hecho, podemos considerarla como una forma de querer: cuando perdonamos estamos amando a la otra persona, y cuando se ama a otra persona, el perdón formará parte y acrecentará ese cariño al superar las pequeñas ofensas de cada día.

El dolor de la ofensa tiende a generar una respuesta en parte defensiva, de protección,  y en parte ofensiva, de devolver el daño con otro daño, que, de hacerlo, nos convertiría de ofendido en ofensor. Al perdonar nos liberamos del lazo que nos une a la ofensa y al ofensor, al que tendemos a identificar con ella. Al perdonar, renunciamos al deseo de venganza y al resentimiento, emociones negativas de las que también nos liberamos.

Las personas necesitamos vivir en el tiempo, mirando hacia delante, mientras que el resentimiento y el deseo de venganza nos atan al pasado, nos llevan una y otra vez al “lugar del crimen”. Por parte del que pide perdón, dar este paso le ayuda a superar su culpa, y vencer si lo hubiera el remordimiento. A la persona ofendida que no quiere perdonar, solo le cabe la escapatoria de vengarse del daño o confiar en que el paso del tiempo cicatrice la herida. La venganza ya vimos que genera más venganza y dolor. No hacer nada por sanar la herida puede cronificar el círculo vicioso del daño-dolor como resentimiento.

-¿Cree Ud. que el perdón es un signo de debilidad para justificarnos interiormente, como piensan algunos?
En absoluto. La persona que dice que perdona para justificarse interiormente, lo que está haciendo es… justificarse, pero no perdona. El perdón nace de la libertad y libera. Es un acto de fuerza interior, exige afrontar la realidad del daño y del dolor, salir de uno mismo dando un paso hacia delante, asumir el riesgo de abrir los brazos al ofensor, y devolverle su dignidad de persona, por encima de su conducta ofensiva. No creo que todo esto sea un signo de debilidad.

-A veces pedimos perdón a la vez que "exigimos" a la otra persona que olvide nuestra afrenta, ¿no le parece que es un perdón pretencioso el que no respeta la libertad del otro?
El perdón genuino es una decisión libre y gratuita por ambas partes, es decir, sin nada a cambio. Por lo tanto, no cabría exigir nada como contraprestación o condición. Pero existen también realidades de perdón imperfectas que sin responder al perdón genuino, sí pueden suponer un beneficio, sobre todo si se trata de ofensas menores. La persona que ha ofendido está en posición de “deudora” y, por lo tanto, no está en condiciones de exigir.

Enrique Chuvieco