Desde esta perspectiva -apuntada por el Papa Francisco- hemos preparado 15 temas para ayudaros a verificar vuestro amor. Nuestra propuesta es acompañaros en este camino que tiene meta. La clave ha de ser el diálogo que estos temas, como etapas de un camino, susciten entre vosotros, los novios.
Desde esta perspectiva -apuntada por el Papa Francisco- hemos preparado 15 temas para ayudaros a verificar vuestro amor. Nuestra propuesta es acompañaros en este camino que tiene meta. La clave ha de ser el diálogo que estos temas, como etapas de un camino, susciten entre vosotros, los novios.
La respuesta es... ¡¡¡ SÍ !!!
Cada uno de nosotros tenemos la oportunidad de vivir y comunicar que el AMOR puede ser para SIEMPRE.
A los jóvenes les interesa el tema del amor...
"Amar para siempre" es el título de un libro que nosotros, Comunidade Caná, hemos escrito. En realidad, es el contenido de los cursos prematrimoniales que, desde 1997, Montse y Javier, fundadores de la Comunidad, comenzaron a impartir en su parroquia, en Moaña, Galicia. Ha sido la base de la formación con la que, luego, todos los demás matrimonios que pertenecemos a la Comunidad nos hemos preparado para continuar los cursos en muchos otros lugares, incluso telemáticamente.
Es un curso que puede servir a todos los implicados en la Pastoral Familiar o en grupos de jóvenes que se preguntan sobre su vocación.
El contenido es sencillo, profundo y humanizador. Y es que a los jóvenes les interesa el tema del amor, de la vida, de los hijos, de la familia… de cómo no fracasar en su relación afectiva.
Estamos llamados a poner luz, ofrecer la verdad del amor para siempre entre un hombre y una mujer, ayudar al discernimiento y la reflexión sobre el sentido de la vida y la propia vocación.
Porque la crisis de la pareja es, en definitiva, la crisis de la persona humana. Y Jesús el Señor está interesado en tu persona.
¡Enhorabuena! Has encontrado un tesoro: el amor de tu vida
ENAMORARSE es FÁCIL;
lo DIFÍCIL, lo realmente VALIOSO,
es PERMANECER ENAMORADOS.
De este amor que perdura en el tiempo, capaz de superar crisis y dificultades, es del que habla este libro: del amor que os vais a prometer el día de vuestra boda y que puede haceros felices para siempre.
“El Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1, 16)
Solo una Iglesia evangelizada puede convertirse en una Iglesia evangelizadora; solo una Iglesia que vuelve una y otra vez al Cenáculo para recibir la fuerza del Espíritu Santo en un nuevo Pentecostés, puede convertirse en una Iglesia que evangeliza con gran poder, como la Iglesia primitiva. Sin nuevos evangelizadores no puede haber nueva evangelización; sin nuevo Pentecostés ni Espíritu Santo no hay nuevos evangelizadores ni nueva evangelización.
"Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones..." (Jl 2, 28-29).
La Efusión del Espíritu desencadena un proceso de discipulado que se plasma en una vida con propósito; en sucesivas elecciones sobre el estado de vida, el trabajo, la economía, las relaciones… una vida entera entregada a cumplir los sueños de Dios para mí. Vivir, desde la debilidad, en el Señorío de Cristo. Porque el Encuentro con Cristo -si es auténtico- genera discípulos misioneros en comunidad.
Un/a discípulo/a misionero/a es una persona que ha tenido un encuentro personal con Jesús, ha tomado la decisión de seguir -con todas las CONSECUENCIAS- el Evangelio de Jesús, ha caminado con otros discípulos y ha sido enviado por Jesús para compartir la Buena Noticia. Es un proceso selectivo, destinado -únicamente- a quienes han decidido seguir a Jesús y dar la vida por Él.
«Si permanecéis en mi Palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32).
Vivir en el Espíritu es, día a día, década a década, agrandar el SÍ... y reforzar muchos noes. El Señorío de Cristo implica que Él ordene mis amores, derribe mis ídolos y me abra a nuevos horizontes. "Aspiremos no a una libertad fácil y artificial, sino una libertad perfecta y verdadera. Y concedamos a Dios su libertad de actuar, una libertad que necesariamente trasciende nuestras nociones limitadas" (Mons. Erik Varden).
En el fondo, solo hay 2 modos de vivir: VIVIR para solucionar problemas (Señor, ¡haz mi voluntad!) o VIVIR de un horizonte, enfocado en la Voluntad del Padre, en su propósito para mi vida.
Hay tres fuegos que se avivan recíprocamente, alimentando el FUEGO del Espíritu Creador en mi vida real, en mi historia de salvación:
1. El fuego de la ORACIÓN: la fuente de la que bebemos, la intimidad con Dios, el diálogo con la Trinidad -Padre, hijo y Espíritu Santo-. No es un mero ensimismamiento y deleite interior; la oración tiene consecuencias. "No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos" (Mt 7, 21). En la oración recibimos el Poder de Dios para transformar, para tener los mismos sentimientos de Cristo y salir hacia el hermano.
2. El fuego de la FRATERNIDAD: mi Comunidad (de pertenencia o de referencia), los hermanos en la fe con los que oro, comparto y voy a la misión. ¿Tengo una Comunidad de fe? Sí, es la Iglesia -podemos responder-. En nuestro tiempo, ha de concretarse en una comunidad más cercana, más concreta, más cotidiana y -en la mayor parte de los casos- más pequeña que la Parroquia. Hermanos que me acompañan en el camino de la fe, me animan, me corrigen... y donde descubro mis dones y carismas para la misión.
3. El fuego de la MISIÓN: ¿a qué estoy llamado en la Iglesia y el mundo? ¿Cómo soy una piedra viva que construye el Reino de Dios?
Porque la IGLESIA existe para EVANGELIZAR... "Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple administración». Constituyámonos en todas las regiones de la Tierra en un «estado permanente de misión»" (Evangelii Gaudium 25).
La Renovación Carismática somos un pueblo escogido donde Dios se complace en derramar su Vida, su Verdad. Somos aquel reino en el cual Dios derramó muchos, muchísimos talentos. A unos les dio 10, a otros 5, a otros 2 y a otros 1... Y les dijo: "Hacedlos fructificar". Vuelve al cabo de mucho tiempo, y quiere recoger el fruto; al ver el panorama, al escuchar las respuestas de los siervos, dice: "Habéis trabajado para vuestras casas, vuestros edificios, vuestras fincas particulares; pero no habéis hecho crecer mi reino. Los talentos no son vuestros. Lo que habéis construido no sirve para nada salvo para ser pasto de las llamas".
Hagamos subir a la Iglesia al aposento alto para recibir la fuerza del Espíritu Santo una y otra vez. A menudo convertimos el viento huracanado de Pentecostés en aire acondicionado, al tratar de domesticar la fuerza del Espíritu. El viento huracanado siempre nos sorprende, rompiendo esquemas y seguridades propias; nos mueve a ser fieles al Señor y no buscar tanto agradar a los hombres, descubriendo una variedad de carismas que no debemos despreciar aunque nos incomoden o comprometan.
La fuerza impetuosa del Espíritu siempre sopla como quiere y no la podemos dominar; es el poder del Espíritu quien nos hace vivir en la libertad de los hijos de Dios. Si la primera evangelización en Jerusalén fue fruto de la irrupción impetuosa del Espíritu Santo en aquel primer Pentecostés cristiano, la nueva evangelización hoy no puede ser sino consecuencia de un nuevo Pentecostés que nos haga salir de nosotros mismos para ir a las periferias del mundo y anunciar la Buena Noticia a toda la creación.
La primitiva Iglesia se movía en el Espíritu, como fuego en un cañaveral, fuera de las murallas. A la intemperie. En lucha y contemplación, lejos de las seguridades y el poder mundano. Fijos los ojos en Aquél que se hizo un tatuaje con mi nombre en Sus manos... y en Sus pies... y en Su costado. Aquél que, fuera de las murallas, murió en la Cruz por mí, entregando toda su vida por amor.
Su presencia está ahí fuera, los dones están operativos ahí fuera, el corazón de Dios está ahí fuera... Escucha lo que te dice a ti (y a mí) el Papa Francisco en «Gaudete et exsultate» nº 15: "Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida". No nos aferremos a lo que tenemos; ¡lancémonos a vivir la NUEVA VIDA que Jesús nos ha ganado, lancémonos a vivir en el Espíritu!
El Señor quiere cambiar el mundo en el Poder de su Espíritu Santo: un tsunami del Espíritu, algo inesperado, algo sorprendente, un renovado súperPentecostés. Y, cuando el Señor se mueve de esa manera, nosotros -los que antes éramos no/pueblo y ahora somos Pueblo de Dios- que hemos sido llamados por Él, hemos de estar dispuestos y en vela.
La mejor Iglesia es la que arde... en el Fuego del Espíritu Santo
Javier y Montse - Comunidade Caná
- Ir donde va la gente; enfocarnos e invertir allí. Echarnos, como Iglesia, al Camino. No construir nuevos templos ni complejos parroquiales. Dejar a las autoridades civiles que restauren y conserven el patrimonio y los monumentos religiosos...
- Aderezar nuestras Iglesias Diocesanas con aceite y vino, pasarlas por el Fuego y vaciarlas en el Camino de Santiago.
- Adelgazar drásticamente los organigramas. Es tiempo de una buena poda para esa gran hojarasca de Delegaciones, Secretariados... y tantas estructuras y nombramientos (nombro y miento) que oscurecen la fuerza del Evangelio, llegando a suplantar el combate espiritual y la primacía de la gracia.
- Volver al Principio (en el Principio no fue así…), al punto 0 (Tú has venido a la orilla…) en los Seminarios y otras instituciones.
Comunidade Caná acoge la singularidad de cada una de sus familias, creando unas relaciones fraternas, aprendiendo unos de otros en la oración y el compartir humano, espiritual y material, en la línea de las primeras comunidades cristianas. Cada familia de la Comunidad camina como Iglesia doméstica. Nuestro modelo es la Familia de Nazaret.
- AZÚCAR: oración y misión en el Poder del Espíritu, con ejercicio real de dones y carismas, como discípulos misioneros en comunidad.
- CAFEÍNA: obediencia y humildad, transparencia y sometimiento, discernimiento comunitario, corrección fraterna y revisión de vida.
- Desde hace tres años, cristianos de distintas denominaciones, comunidades y movimientos nos reunimos para alabar, proclamar la Palabra e interceder por nuestra sociedad, juntos. Y aprovechamos para hacer fiesta, compartir, charlar y conocernos cada vez más.
- Ven a conocer a otros cristianos de diferentes Iglesias y realidades que aman a Cristo. Aprenderás a valorar la riqueza de la diversidad y celebrar lo que tenemos en común como un solo Pueblo de Dios...
“Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Es éste un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”. (Ef 5, 23-33)
La ternura, un soplo que nos alienta a ser lo que estamos llamados a ser
Arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne
Al principio, Dios nos crea hombre y mujer para un proyecto de comunión y nos bendice con el sacramento del matrimonio a través del cual derrama la gracia para hacer posible este amor para siempre que supera nuestras fuerzas humanas.
“Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gén 2, 24). Esta Palabra que pronuncia Dios es nuestra denominación de origen, nuestra seña de identidad. Siempre hay que volver a ella, porque es volver al principio de nuestra vocación.
Desde esa perspectiva, nuestra vida conyugal es un continuo renunciar, para unirse al otro y ser uno. La acogida mutua es la clave de nuestra unión. Recibir al otro, es hacerle un espacio en mi yo. Porque seguimos siendo dos personas diferentes, con necesidades, psicologías, heridas diferentes. Somos dos que caminamos en medio de nuestras imperfecciones y nuestros límites.
En nuestro camino matrimonial surgen las dificultades de nuestro pecado que se muestra en forma de actitudes que me separan del cónyuge:
- Estar a la defensiva frente al otro porque pienso que me va a hacer daño.
- Juzgar antes de que empiece a hablar.
- Desconfiar a causa de nuestras heridas.
- Tener creencias equivocadas, adquiridas (por ejemplo: si no me cuido yo, no me cuida nadie).
La Palabra de Dios llega viva y eficaz con la fuerza del Espíritu Santo: “Y os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 26). Es Dios mismo el primero en llenarse de ternura ante nuestras dificultades, en mirarnos con compasión y misericordia: “Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen” (Sa 103, 13) y en derramar su amor en nosotros con el Espíritu Santo que tiene verdadero poder para cambiarnos:
- Arranca de nuestro pecho muchas cosas que no son el verdadero amor: falsas seguridades, heridas que nos impiden amar, miedos a sufrir, barreras, bloqueos…
- Nos da un corazón nuevo, capaz de acoger al otro en sus fragilidades, en aquello que no comprendo.
- Nos pone en tierra nueva donde triunfa el amor, la ternura de Dios, que es caridad esponsal que se conmueve, que tiene entrañas de misericordia.
El Espíritu es quien realiza en nosotros esta obra... con nuestra colaboración, es decir, no ofreciendo resistencias: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).
La madurez del amor
Un día nos enamoramos y nos comprometimos. Preparamos todo y ¡adelante! Salimos juntos a recorrer esta aventura como salió el hombre de la parábola (Lc 10, 25-37). Por el camino unos bandidos nos asaltaron, nos apalearon y nos dejaron heridos y tirados en el suelo. Llegó un sacerdote y pasó de largo, llegó un letrado y dio un rodeo, pero un samaritano se paró, nos curó y nos llevó a la posada.
Podríamos describir que los bandidos de la parábola son como algunos aspectos externos que nos rodean: enfermedad, paro, contratiempos…; y también pueden ser aspectos internos: dureza de corazón, rigidez, argumentos, celos, reproches, cansancio, pesimismo… El buen samaritano es Cristo en nuestras vidas, que nos enseña el camino de la ternura. Y el mensaje final, para nosotros, es: “Ahora haz tú lo mismo”. Primero con tu cónyuge, después con tus hijos y con todos los que te encuentres en la vida.
Sin embargo, es importante saber que la ternura no es algo que tengamos nosotros por naturaleza. Es un aprendizaje en el amor, es la madurez del amor.
Tres formas de crecer en ternura
- Cultivar el sentido del humor. No hablamos de la ironía ni del sarcasmo que ridiculiza o desprecia al otro. El humor posibilita una mirada nueva sobre el otro. La familia que posee sentido del humor tiene un tesoro muy valioso.
- Ver siempre el lado bueno. Valorar la parte positiva de aquello que a veces nos saca de quicio del otro. No se trata de justificar el mal, sino de mirarlo desde otra perspectiva. Una persona terca, seguramente sea exasperante en muchos momentos, pero perseguirá sus objetivos en la vida y eso tiene una parte buena. Una persona tranquila a veces desespera hasta la exasperación en su tranquilidad, pero aportará calma a situaciones complicadas. Una persona que cambia de planes con facilidad puede que nos vuelva locos, pero seguramente conseguirá improvisar en los momentos en que esto sea necesario.
- No “tirar la toalla”. Tener conciencia de las propias fragilidades, afrontarlas. Fracasar una y otra vez, perdonarse por ello y volver, una y otra vez, al camino de intentarlo de nuevo. Aceptar y amar este proceso nos prepara para la ternura..
La Palabra nos sugiere algunos pasos que debemos dar...
- Recibir a mi cónyuge es el primer paso para acogerlo. Si no estoy abierto a recibir, no podré acoger. Para eso es necesario crear un clima de confianza. “No te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa” (Éx 3, 5). Cuando en la vida común aflora lo personal de cada uno, aquello que se ha compartido y aquello que no ha salido del todo a la luz, se comienza a ver las fragilidades, las actitudes, las heridas y, a veces, los silencios. Es necesario entonces pararnos ante nuestro cónyuge (“no te acerques aquí”), exponernos uno al otro desde la verdad (“quítate las sandalias de los pies”), sabiendo que es necesaria la máxima ternura (“porque el lugar donde estás parado es tierra santa”).
- El Espíritu Santo nos ayuda a renovar nuestro vínculo, nuestro deseo, nuestra vocación, nuestra mirada, nuestro amor primero: “Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (Cant 8, 7). No basta simplemente con no juzgar; se trata de que el otro se sienta amado tal y como es, para que pueda mostrarse como es. “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí” (Cant 6, 3).
- “Iré a la casa de mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti” (Lc 15,15). Tomar la actitud del pobre, del necesitado, del que ha malgastado su fortuna, reconociendo necesitar la mirada de mi esposo, de mi esposa que me acoge como vengo, como estoy, como soy... y la de Dios que siempre es Padre, que siempre perdona, que siempre alienta y que me pone nuevamente el anillo de hijo.
Algún compromiso concreto acordado entre los dos...
Cada día, 5 minutos para la ternura entre nosotros y con Dios:
- Mirarse a los ojos y preguntar: ¿Cómo estás? Y escuchar la respuesta con paz en el corazón.
- Rezar al menos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria, si es posible de la mano.
Cada semana, un tiempo entre nosotros y con Dios:
- Buscar un tiempo para estar juntos, mínimo una hora. El objetivo es crear un clima de acogida, donde nos detengamos en la acogida al otro.
- ¿Qué necesita el otro?
- Ser capaces de salir de nuestros bloqueos, nuestros muros y expresar nuestros malestares o contratiempos de la semana.
- Tiempo de llenarnos de Dios: oración juntos, rosario, Eucaristía... Hacernos más conscientes de que Dios desciende a nuestra vida cotidiana.
Cada quincena o cada mes, de manera especial aprovechando las celebraciones familiares:
- Tiempo para toda la familia: una comida especial, una tarde de diversión, de juegos de mesa, una película juntos, un tiempo de escucharnos todos.
Ejercicios para realizar en familia:
- Pronunciamos la palabra escuchar. ¿En nuestra casa nos escuchamos unos a otros? ¿En qué momentos hay sensación de prisa y de no tener tiempo unos para otros? Después de escucharnos todos, nos ponemos una nota sobre el verbo escuchar y la ponemos en la nevera. A continuación, hablamos de qué podemos hacer para mejorar esa nota.
- Este ejercicio lo repetiremos con la palabra ayudar. ¿En nuestra casa nos ayudamos unos a otros? ¿Alguien siente que está demasiado cargado de responsabilidades y que necesita ayuda?
- Y con la palabra comprender. ¿Antes de juzgar a los demás, nos ponemos en su situación para tratar de entender sus actos?
Montse y Javier - Comunidade Caná


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