Comunidade Caná

Comunidad Católica de Alianza integrada por familias en el seno de la Renovación Carismática

La Paz de Jesús

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        “Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judías, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: 'La paz con vosotros'. Dicho esto les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se alegraron de ver al Señor: Jesús repitió: 'La paz con vosotros'. ” (Jn 20, 19-21)

Paz es el nombre de la Resurrección

Cristo, cuando aparece a sus discípulos, utiliza la palabra Shalom, que era un aludo familiar para todo israelita, una expresión augural.
La Paz era un don de Yahvé; y, más que un vocablo, era un concepto teológico.
El estado de paz, en una persona, indicaba una condición de plenitud, de bienestar, realizable solamente por medio de una íntima comunión con Yahvé.
El Resucitado, pues, augura la Paz. Y se trata, bien entendido, de su Paz.
Había dicho antes de la pasión: “Os dejo la Paz, os doy la Paz. No os la doy como la da el mundo” (Jn 14, 27).
Como de la alegría, también de la paz, se puede decir que existen dos tipos en el mercado.
La paz de Jesús que viene a ser nuestra paz y la paz que nos damos los hombres. La primera es inalterable, la segunda es precaria y provisional.

Voy a relataros una historia, a modo de parábola… 
Pablo es un niño simpático. Un día decide construir una cabaña en su propio patio. Convoca a los compañeros de juego y todos se comprometen a colaborar en la empresa. Uno trae los palos, otro una tienda, otro una silla, otro una estera, otro un florero, otro un espejo…
El pacto se mantiene durante algunas semanas. Una tarde los chicos riñen con Pablo. “Si no fuese por mi patio…”. “Pero nosotros hemos puesto todo lo demás”. Al terminar la encendida disputa, cada cual retira lo que había ofrecido para la construcción de la cabaña. Cada cual recupera precipitadamente lo suyo y se lo lleva a su casa. Todo se deshace en un momento. Y Pablo se queda con su patio vacío y una escoba.
Este es el problema. Todo está aquí. ¿Con qué materiales hemos fabricado nuestra paz?
Si los otros te han hecho perder tu paz, es porque no era verdaderamente tu paz. Los otros se han limitado a recuperar lo que habían prestado… Estaban en su derecho.
Demasiadas veces nuestra paz está construida con materiales que no nos pertenecen. Uno nos da una migaja de confianza, otro nos ofrece un poco de comprensión, otro una pizca de estima por nuestro trabajo, una cierta cantidad de paciencia, una manifestación de consenso con nuestras ideas, una sonrisa, un elogio.
Y nosotros vivimos en paz en nuestra cabaña. Todo marcha bien. No tenemos el valor de reconocer que tal construcción se mantiene en pie con materiales prestados. Que nuestra paz depende, en realidad, de lo que han puesto los otros.
Luego un día hay un pequeño incidente. Alguien retira su pedazo (un desaire, una incomprensión, una observación injusta, una indelicadeza, una mala palabra…) Y nuestra paz se viene abajo.
Es natural, no es nuestra. Simplemente hemos perdido lo que no nos pertenecía.
La paz que no es nuestra dura mientras todo va bien.
La paz nuestra, en cambio, dura también cuando todo fracasa.
“No tengo paz…”. No la has poseído de verdad nunca. La que tenías estaba expuesta a la intemperie, a las variaciones meteorológicas, al capricho de los otros, a los vaivenes de las personas que viven a tu lado.

Cristo, en cambio, nos da su Paz. Y es una paz diferente.
Porque, si nosotros la acogemos, se convierte en nuestra. Él no la vuelve a tomar ya. Nos pertenece.
Se sitúa en el centro en las profundidades de nuestro ser, no se pega a la piel, con el peligro de verla desaparecer al más ligero soplo de viento en contra.
¡Él es nuestra Paz!
Acoger la Paz de Cristo significa acoger a su persona, no simplemente un don suyo “separado”. La paz es la consecuencia del don fundamental de su persona.
En esta perspectiva, se carga de una densidad singular el significado bíblico de Shalom, que expresa la idea de plenitud, perfección, armonía. En suma: “una condición a la que no le falta nada”.
Si acogemos a Cristo alcanzamos la plenitud de nuestro ser. No nos falta nada. Conseguimos la paz. Por consiguiente la paz es el signo más evidente de que hemos abierto la puerta a Cristo.
En tal caso, solamente nosotros podemos perder esta paz. Desentendiéndonos del huésped. O también, lo que es igual, obligándole a cohabitaciones desagradables.
La paz más que una conquista, es una elección. La elección de un todo. La Paz es una totalidad. No se puede tener “un poco de paz”. Tener un poco de ella, quiere decir no tener nada.
Con relación a nuestro “ser” o no nos falta nada o nos falta todo. La paz, por eso, es un don extremadamente comprometido. Como es comprometido el que nos la regala.
No sin razón, antes de traernos la paz, nos ha traído la espada. La espada para cortar, operar separaciones. De manera que se haga sitio a Él, que, después de aquellas roturas, es nuestra Paz.

Alessandro Pronzato

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