Abrazar la Cruz
¿Quo vadis? ¿A dónde vas?
En uno de los Evangelios apócrifos de finales del siglo II, titulado Hechos de Pedro, se cuenta que, durante la persecución a los cristianos, sobre el año 66, en Roma, hay un plan para matar a Pedro. Un grupo de creyentes le exhortan a que salga de Roma… ¿No seremos acaso unos desertores?, se inquieta Pedro. “No -le responden sus hermanos-. Es para que puedas seguir sirviendo al Señor, predicando en otros lugares”.
Pedro
decide huir de Roma. Apenas ha salido por la puerta de la ciudad, se cruza con
Jesús a punto de entrar, es decir, en la dirección contraria…
Pedro le pregunta:
-
¿Quo vadis, Domine? (¿A dónde vas, Señor?).
-
A Roma, para ser de nuevo
crucificado.
Pedro comprende el reproche y da media vuelta. Regresa a Roma, donde será crucificado.
La opción de Pedro de huir de Roma era
buena, muy razonable, muy lógica y de muy buenas intenciones. Todos nosotros
estamos haciendo cosas buenas; es más, cosas para el Reino de Dios, para servir
al Señor…
1.
La
fe y el seguimiento de Cristo no es algo razonable que podamos meter en
nuestros criterios humanos.
2.
Nuestra
fe tiene un camino: seguir a Cristo. Pedro vuelve a Roma, porque Jesús va a
Roma y su opción esencial es seguir al Maestro.
3.
Jesús
no rechazó la Cruz: fue a Jerusalén sabiendo que allí le esperaba la Cruz.
La Cruz en el centro de nuestra vida
La experiencia anterior de Pedro nos pone
en la situación de quién está huyendo de la Cruz. Es una tentación de hoy y de
todos los tiempos porque nuestra naturaleza caída no quiere sufrir. Entendemos
el sufrimiento como algo pasajero, y lo vivimos esperando que pase y con miedo
a que vuelva. No queremos sufrir. Y esto es humano.
Los cristianos buscamos seguir a Jesús y -a
la vez- estar bien, disfrutar de las cosas del mundo, mejorar nuestra situación
económica, tener buenas condiciones laborales, buen ambiente familiar, buenas
relaciones con los hijos…
Hay un momento en que esto se rompe y llega
la hora de la prueba. Entonces, nos tambaleamos, gritamos y clamamos a Dios: ¿Qué tengo que hacer? En realidad,
decimos: ¿Qué tengo que hacer para salir
de esta situación? ¿En qué me he equivocado? ¿Por qué me está pasando esto?
Las primeras etapas del seguimiento de
Jesús quieren compaginar fe y mundo: estar con Jesús y estar bien en el mundo.
Filipenses 3, 18-19
“Porque muchos viven, según os dije tantas veces -y ahora os lo repito con lágrimas-, como enemigos de la Cruz de Cristo, cuyo final es la perdición. Para estos, su Dios es el vientre; su gloria, lo vergonzoso; y su apetencia, lo terreno. Pero nosotros somos ciudadanos del Cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo”.
Yo, personalmente, he escuchado siempre
esta lectura de un modo simplista... Los otros son los enemigos de la Cruz y
nosotros somos los ciudadanos del Cielo: los enemigos de la Cruz son los
borrachos y comilones, los que viven para las cosas de la Tierra y no para las
del Cielo.
Si contemplamos el mundo con una mirada
más divina, podemos decir que todos buscan la felicidad, la vida verdadera… En
última instancia, a Dios, aunque no lo sepan. Y no lo van a encontrar por ese
camino del placer. Su huida de la Cruz es la huida de Dios que está en la Cruz.
El mundo y la Iglesia
“Tanto
amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que el mundo se salve por Él”
La Iglesia ha nacido para evangelizar y el
campo de evangelización es el mundo.
·
La
Iglesia se encuentra queriendo coquetear con el mundo y enemistada con la Cruz.
Busca un discurso que el mundo pueda entender: los valores, la paz, el respeto,
la solidaridad… Como si Cristo hubiera sido un conciliador de pluralismos. Él
es el Camino, la Verdad y la Vida. “Si la sal se desvirtúa, ¿quién la salará?” (Mt
5, 13).
· El
mundo camina hacia una deshumanización; hacia la destrucción de la persona, en
su nacimiento, en su vida y en su muerte. Se está perdiendo el verdadero
sentido de la persona humana.
El resto de Israel está en la Iglesia. Son los santos. Ellos son los verdaderos hombres y mujeres. Son los David de nuestro tiempo luchando contra Goliat. Este es el lugar donde nos tenemos que situar para evangelizar.
Goliat reta al Pueblo de Israel… “Entonces Goliat se detuvo y gritó mofándose de los israelitas: «¿Por qué salís todos a pelear? Yo soy el campeón filisteo, pero vosotros no sois más que siervos de Saúl. ¡Elegid a un hombre para que venga aquí a pelear conmigo! Si me mata, entonces seremos vuestros esclavos; pero si yo lo mato a él, ¡vosotros seréis nuestros esclavos! ¡Hoy desafío a los ejércitos de Israel! ¡Enviadme a un hombre para que me enfrente a él!». Cuando Saúl y los israelitas lo escucharon, quedaron aterrados y profundamente perturbados” (1Sam 17, 8-11).
La Iglesia, nuevo Pueblo de Israel, tiene
a ese hombre. “He aquí al hombre”, dice Pilatos cuando presenta a Jesús,
azotado y coronado de espinas, al pueblo.
Éste es el Hombre Cristo Jesús, el que
nació, vivió, fue crucificado, murió y resucitó.
Por Él somos salvados. Cristo ha formado un pueblo de redimidos. No estamos solos.
Tres reflexiones sobre la Cruz
1. La Cruz, mi instrumento de trabajo (1Cor 1, 22-25)
·
Somos
los pobres que enriquecemos a muchos.
·
La
Cruz se convierte en árbol fecundo.
· La derrota constituye la más grandiosa victoria.
2. La Cruz compartida
·
La
Cruz es el apoyo del hombre y su estructura. El bastidor sobre el que se teje
el hombre.
·
La
Cruz nos constituye. Es necesario no ausentarnos, evadirnos, huir… sino estar
presentes.
· La Cruz hay que llevarla entre dos.
3. ¡Si no te va bien, es precisamente la tuya! (Mc 8, 34)
·
La
Cruz nunca va a la medida de tu gusto y de tus expectativas. Desgarra, magulla,
araña, arranca la piel, aplasta, doblega… Siempre parece injusta.
·
Es
bueno que vayas estableciendo una relación familiar con tu Cruz. No aspires a
entender todo ni a tener relaciones idílicas.
· Fe quiere decir -simplemente- saber que Él sabe.
Montse de Javier - Comunidade Caná

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