Comunidade Caná

Comunidad Católica de Alianza integrada por familias en el seno de la Renovación Carismática

Cambio de PARADIGMA

By 7:54 ,

 Gilgamesh y el corazón humano


Alrededor del año 2000 antes de Cristo, tenemos unas tablillas sumerias de arcilla que van recogiendo tradiciones como el Diluvio. La Biblia también seguirá este curso de tradiciones. El Poema de Gilgamesh es una de las mayores epopeyas que ha sido capaz de crear el espíritu humano. Gilgamesh, Rey de Uruk, es un ser mortal surgido del abrazo de una diosa con un hombre. Un ser mortal, pero lleno de deseo de inmortalidad que le lleva a una ambición sin límites para saciar esta hambre de eternidad. Su pueblo pide a los dioses que su rey pueda tener un competidor. La respuesta de los dioses es Enkidu, un ser montaraz con el que lucha hasta terminar siendo amigos de aventuras; juntos, vencen todo tipo de dificultades. Finalmente, Enkidu muere de enfermedad. Gilgamesh, abrumado por la muerte, se da cuenta de cuál es su destino y comienza a vagar por el mundo huyendo de aquello que le recordara la muerte. No podía soportar la angustia de morir: intenta correr más rápido que el curso del Sol, se sumerge hasta el fondo del mar para recoger una planta rejuvenecedora, cuanto más aguda es su desesperación más corre de aquí para allá frenéticamente, con un corazón valiente, pero triste y desesperado.   


Esta epopeya es también hoy la nuestra. Nosotros, el hombre postmoderno y la familia postmoderna, hemos convertido el progreso y el cambio continuo en el único sentido de  la vida. Queremos correr más rápido que el curso del Sol, como el rey de Uruk. La tecnología -de la que no podemos obviar sus ventajas- parece como un gran aliado para lanzarnos a una carrera que sacie nuestro corazón (Elon Musk es un arquetipo de esta idea). Sin embargo, nuestra dignidad y libertad están siendo más puestos en tela de juicio que nunca (Véase Manifiesto Off https://www.offm.org/).


Todo va deprisa, todo cambia, nada permanece, todo es a la carta y a la medida nuestra... Prevalecen nuestros deseos y antojos, que quieren enterrar la realidad de que no somos Dios y -por tanto- mortales. Queremos, con la técnica y el progreso, crear nuestra propia transhumanidad, crear nuestro yo a medida. Vamos camino de superar la distopía de Huxley y Wells. Pensamos que somos muy importantes porque estamos ante un mundo completamente nuevo. En realidad, somos un poco egocéntricos pensando que nuestra época es absolutamente distinta (por más que hablemos de cambio de paradigma; Papa Francisco me perdone... seguro que está de acuerdo).


Las familias cristianas sabemos que el corazón del hombre no ha cambiado y que es tan antiguo como la epopeya de Gilgamesh. Sabemos por experiencia que el olvido de Dios produce otros diosecillos (Os 4, 12). Destaca uno en especial: el vértigo del progreso y la tecnología. Querer ser dioses es nuestra religión absoluta. "Todo vale", nuestro lema (Gen 3, 15). Los valores de antes los sustituimos por otros más “postmodernos” que, por supuesto, aumentan notoriamente nuestro ego y orgullo. Ante cualquier ataque de tristeza, combatimos con la medicina de las pantallas que nos nutren de dopamina y nos hacen experimentar una placentera realidad irreal.


Nosotras, las familias cristianas, sabemos que es necesario transformarse y renovarse; pero el cambio no supone perder la raíz y fundamento de lo que somos. El corazón humano no cambia: tiene deseo de eternidad. Estamos de acuerdo con la aventura valiente de búsqueda del Bien, la Belleza y la Verdad. Nosotros sabemos que corremos hacia la meta que es Cristo, la verdadera Ambrosía (Fil 3, 14). Corremos, no para perder sino para ganar. Podemos -y debemos- transformarnos continuamente en el combate contra nuestro ego, porque sabemos la fuente inmutable de la que beber: la Cruz donde está el costado de Cristo. La Cruz es la auténtica Sabiduría para nuestra mente y corazón: “metanoia y metacardia” (1Tim 6, 12).


Frente a un mundo inseguro y cambiante, la Cruz permanece firme mientras el mundo gira. “Stat Crux dum volvitur orbis”, reza el cartujo. La ciencia de la Cruz, según Edith Stein, es más un saber intuitivo que discursivo; es más contemplar que entender. Frente al ego de los famosos que muestran cuerpos, lugares y situaciones perfectas (raramente muestran su debilidad sin que se maquille), nosotros sabemos que la piedra angular es Cristo. Y nos llama a anunciarle (1Cor 1, 17-25): "No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros- es fuerza de Dios.”


 Ahora, la DINÁMICA FAMILIAR:


  1. Deja el móvil y ponte a trabajar en la dinámica.

  2. Coloca o dibuja un crucifijo en algún lugar visible de la casa, por ejemplo el salón o la cocina.

  3. Pensaremos en las cosas que tenemos que cambiar y las dejaremos en un pósit a los pies de la cruz.

  4. En la oración de la tarde, tomaremos un pósit y lo pegaremos a la Cruz inmutable para que cambie aquellas cosas de nuestra vida que debemos cambiar.


Fernando de Susana - Comunidade Caná

Escrito inspirado en la conferencia Mons. Varden "A la altura de la tormenta del corazón humano". Evangelización en tiempos de olvido.



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